miércoles, 22 de marzo de 2017

¿Quién pagará esta cuenta?

Gran artículo del Presidente de la Asociación española de Rehalas, Alfonso Aguado:



¿Quién pagará esta cuenta?


Tras la reciente ratificación del Convenio de Protección de Animales del Consejo de Europa de 1987 (hace casi 30 años) por parte del Convenio de los Diputados el pasado 16 de marzo, estamos viviendo unos días, en los que sobra información sobre las amenazas del fin del mundo por parte de los sectores animalistas y nos faltan respuestas a cuestiones fundamentales que preocupan a cazadores y rehaleros y yo me incluyo entre ellos.

A falta de conocer con la necesaria exactitud y precisión, el alcance jurídico de esta ratificación, trámites parlamentarios pendientes y sobre todo, la fecha de su entrada en vigor, se abre un panorama muy incierto a los propietarios de perros de rehala en toda España.

Esta incertidumbre, se amplía cuando cada Comunidad Autónoma tiene aprobada una Ley diferente de protección de animales. La pregunta es: ¿Se va a poder seguir evitando lesiones y enfermedades en los perros de rehala recortando las puntas de sus orejas y cola en los primeros días de vida, como se lleva haciendo desde hace miles de años? Nuestros representantes políticos, tienen que aclararlo.

Se podría haber aprobado con consenso un texto razonable, que hubiera atendido a las necesidades de los animales, pero, no ha sido suficiente el hecho de que la rehala haya demostrado ser el soporte idóneo para la recuperación de razas españolas, como los podencos en todas sus variedades y cruces, incluido el reciente paternino de Huelva, el alano español casi extinguido o el mastín, que mantiene en la caza uno de sus últimos reductos de utilidad, perros que necesitan de estas intervenciones para cumplir su función. 

Tampoco, parece haber sido suficiente, que se trate de una actividad social a todos los niveles, que lleva realizando el pueblo español desde hace siglos, ni que las propias Administraciones Públicas hoy en día, corran detrás de los rehaleros para que les solucionemos con nuestros perros, los problemas derivados de la explosión demográfica del jabalí en España.

A todos los que han votado en contra de que se realicen estas intervenciones, yo los invito a entrar conmigo o con cualquier rehalero en una mancha de monte mediterráneo bien condimentada de zarzas, aulagas y jaras. Al terminar, seguro que cambiarían su opinión.

Un perrero me dijo un día, con la sabiduría que da la sencillez, que el problema de hoy, es que la gente de la ciudad quiere mandar en el campo. Pero aquí, no deciden los que saben, sino los que lo quieren cambiar todo, aunque no se sepan las consecuencias. Ellos creen, que no van a pagar la cuenta.

La realidad que tenemos que asumir a partir de ahora, es que, a pesar de estar permitido en nuestras leyes autonómicas y contrastado desde el punto de visto histórico, científico y práctico, la necesidad en España de realizar el recorte de las puntas de las orejas y cola en determinadas razas de perros de caza y sus cruces, por su propio bienestar, para prevenir lesiones y enfermedades, hay partidos políticos y sectores de opinión que usan este argumento para atacar a la caza.

Éstos que, aunque no estaban en el Congreso votando en contra, ahora salen en determinados medios, que les acogen con celeridad pasmosa, diciendo que esta práctica es una barbaridad, no dicen la verdad.

Si además, ostentan alguna titulación que les cualifique sobre la materia, mienten, y si encima, cuentan con algún grado de representatividad pública, cometen una irresponsabilidad y no son dignos de su cargo, pero ellos, opinan a favor de la corriente mediática, seguros de que tampoco van a pagar la cuenta. El tiempo lo dirá.

Hechas estas reflexiones, resulta curioso comprobar que, en España, los que no pagan la cuenta de mantener unos animales y una actividad que nos identifica, tradicional, social y económicamente rentable como es la caza, son los que comen a la carta en los medios y en las instituciones.

Una prohibición absoluta de estas intervenciones, nos llevaría a los rehaleros, cazadores y criadores, que somos los que pagamos la cuenta hasta ahora, a tener que decidir si seguimos o no criando nuestros perros, esos que mantienen vivas unas razas y usos tradicionales que son de todos.

Somos los que, manteniendo el equilibrio de las poblaciones cinegéticas, resolvemos unos problemas sanitarios y medioambientales graves, que también son de todos, sin que además, les cueste dinero a los contribuyentes.

No nos olvidemos además, que está científicamente demostrado, que estas intervenciones, son también necesarias en perros de guarda y ganaderos que, de otra forma, no podrían cumplir su función y este sector todavía tiene que pronunciarse. 

Si un mastín, con las orejas y la cola caídas se enfrenta a un lobo o a algún perro asilvestrado para defender una piara de ovejas de la que vive su dueño, no hace falta ser muy listo para saber cuál es el punto débil del perro ganadero y el resultado del enfrentamiento. Igual ocurre con un perro de rehala cuando se enfrenta a un jabalí. Pensar que tienen que cumplir su función indefensos, no es protegerlos.

Además, los rehaleros hasta ahora pagamos tasas y licencias por identificar, mantener vacunados nuestros perros y sacarlos a cazar y con gusto, pero sin perros no hay rehalas y tampoco montería.

Estamos hablando de unos 200.000 perros de rehala aproximadamente en toda España. Pero esta cuenta, no la vamos a pagar nosotros sino todos, incluidos los que están en contra. 

Y los rehaleros, tendremos que decidir pronto qué hacer, porque nuestros perros no se merecen que, por culpa de quienes, en realidad lo que pretenden es atentar contra una actividad deportiva, necesaria y legal como es la caza, ellos, tengan que padecer lesiones haciendo lo que más les gusta que es cazar para el Hombre.

Nuestros perros, ni se lo merecen, ni lo comprenderían, porque ellos son nobles. Necesitamos, que nuestras autoridades clarifiquen la situación y nos den la necesaria seguridad jurídica, porque el daño que se puede producir puede ser muy grave, y estamos acostumbrados a que estas hordas primero tiren la piedra y después escondan la mano cuando llega la hora de pagar la cuenta.

Pero en esta ocasión, todos los capítulos de esta historia están siendo guardados, para que nos acordemos, de lo que hizo cada uno al respecto en cada momento y así, saber quiénes fueron los responsables. Llegados a este punto, cuando haya que hacer frente a las consecuencias, mi pregunta es: ¿Quién pagará esta cuenta?

Alfonso Aguado Puig
Presidente de la Asociación Española de Rehalas

lunes, 13 de marzo de 2017

Vídeo: Manuel Picón cantando "Rehalero", en la Asamblea Anual de la Asociación Española de Rehalas. Junio 2016

Manuel Picón cantando "Rehalero"




domingo, 5 de marzo de 2017

"La mismidad de la caza"

Os pongo este párrafo del prólogo de la obra del Conde de Yebes, "20 años de caza mayor" que escribió José Ortega y Gasset.

"La mismidad de la caza"
Caza es lo que un animal hace para apoderarse, vivo o muerto, de otro que pertenece a una especie vitalmente inferior a la suya. 
Viceversa, esa superioridad del cazador sobre la pieza no puede ser absoluta si ha de haber caza. Aquí es donde empieza el asunto a ser de verdad sutil e interesante. 
No se olvide que hablamos ahora no sólo de la caza deportiva, sino de toda venación, de la humana como de la infrahumana. Pues bien, para que se produzca genuinamente ese preciso acontecimiento que llamamos cacería es menester que el animal procurado tenga su chance, que pueda, en principio, evitar su captura; es decir, que posea medios de alguna eficacia para escapar a la persecución, pues la caza es precisamente la serie de esfuerzos y destrezas que el cazador tiene que poner en ejercicio para dominar con suficiente frecuencia los contramedios del animal objeto de ella. Si no existiesen éstos, si la inferioridad del animal fuese absoluta, las actividades venatorias no tendrían ocasión de dispararse o, lo que es igual, no existiría el peculiar hecho de la caza. Cuando opongo al animal cazador el cazado, entiendo el buscado y perseguido, que puede muy bien no ser logrado. 
No es esencial a la caza que sea lograda. Al contrario, si el esfuerzo del cazador resultase siempre, indefectiblemente afortunado, no sería esfuerzo de caza, sería otra cosa. 
A la eventualidad o chance , por parte de la pieza, de escapar al cazador corresponde, por parte de éste, la eventualidad de rentrer bredouille. Toda la gracia de la cacería está en que sea siempre problemática. 
La especie cazadora y las cazadas tienen, pues, que hallarse entre sí a una distancia muy determinada en la escala zoológica. Ni más acá ni más allá de esa distancia vital puede suscitarse entre ellas la relación venatoria. Como he dicho, no se caza al superior, o al casi igual, pero tampoco al demasiado inferior, porque éste no puede entonces tener "su juego". 
Está en un error el deportista si cree que es él quien ha inventado "dejar su juego" al animal por pura gentileza de Caballero de la Tabla Redonda. Sin duda que el hombre abre ese margen a la bestia deliberadamente y por propia voluntad. Podría aniquilar de modo fulminante y facilísimo la mayor parte de las especies animales, por lo menos precisamente esas que se complace en cazar. 
Lejos de hacer esto, contiene su poder destructor, lo limita y regula -el veto, por excelencia, es la veda-; se esfuerza en asegurar la vida de las especies y, sobre todo, en el trato venatorio con ellas las deja, en efecto, su juego. Pero con esto último no hace sino imitar a la Naturaleza. Porque la caza infrahumana es ya por sí ese juego y de otro modo no sería caza. De suerte que si el hombre desea cazar no tiene más remedio, quiera o no, que hacer esa concesión al animal. Por eso digo que no es en él pura gentileza Si no lo hiciera, no sólo destruiría a los animales, sino que destruiría, de paso, el cazar mismo que le ilusiona. 
El hombre cazador renuncia a su total superioridad sobre el animal cazado. Hay, pues, en la caza como deporte una libérrima renuncia del hombre a la supremacía de su humanidad. Ésta es su consubstancial elegancia. En vez de hacer todo lo que como hombre podría hacer, liga sus excesivas dotes y se pone a imitar a la Naturaleza; es decir, que por su gusto retrocede y reingresa en ella. 
Tal vez sea éste un primer atisbo de por qué es para el hombre tan grande delicia cazar.