domingo, 5 de marzo de 2017

"La mismidad de la caza"

Os pongo este párrafo del prólogo de la obra del Conde de Yebes, "20 años de caza mayor" que escribió José Ortega y Gasset.

"La mismidad de la caza"
Caza es lo que un animal hace para apoderarse, vivo o muerto, de otro que pertenece a una especie vitalmente inferior a la suya. 
Viceversa, esa superioridad del cazador sobre la pieza no puede ser absoluta si ha de haber caza. Aquí es donde empieza el asunto a ser de verdad sutil e interesante. 
No se olvide que hablamos ahora no sólo de la caza deportiva, sino de toda venación, de la humana como de la infrahumana. Pues bien, para que se produzca genuinamente ese preciso acontecimiento que llamamos cacería es menester que el animal procurado tenga su chance, que pueda, en principio, evitar su captura; es decir, que posea medios de alguna eficacia para escapar a la persecución, pues la caza es precisamente la serie de esfuerzos y destrezas que el cazador tiene que poner en ejercicio para dominar con suficiente frecuencia los contramedios del animal objeto de ella. Si no existiesen éstos, si la inferioridad del animal fuese absoluta, las actividades venatorias no tendrían ocasión de dispararse o, lo que es igual, no existiría el peculiar hecho de la caza. Cuando opongo al animal cazador el cazado, entiendo el buscado y perseguido, que puede muy bien no ser logrado. 
No es esencial a la caza que sea lograda. Al contrario, si el esfuerzo del cazador resultase siempre, indefectiblemente afortunado, no sería esfuerzo de caza, sería otra cosa. 
A la eventualidad o chance , por parte de la pieza, de escapar al cazador corresponde, por parte de éste, la eventualidad de rentrer bredouille. Toda la gracia de la cacería está en que sea siempre problemática. 
La especie cazadora y las cazadas tienen, pues, que hallarse entre sí a una distancia muy determinada en la escala zoológica. Ni más acá ni más allá de esa distancia vital puede suscitarse entre ellas la relación venatoria. Como he dicho, no se caza al superior, o al casi igual, pero tampoco al demasiado inferior, porque éste no puede entonces tener "su juego". 
Está en un error el deportista si cree que es él quien ha inventado "dejar su juego" al animal por pura gentileza de Caballero de la Tabla Redonda. Sin duda que el hombre abre ese margen a la bestia deliberadamente y por propia voluntad. Podría aniquilar de modo fulminante y facilísimo la mayor parte de las especies animales, por lo menos precisamente esas que se complace en cazar. 
Lejos de hacer esto, contiene su poder destructor, lo limita y regula -el veto, por excelencia, es la veda-; se esfuerza en asegurar la vida de las especies y, sobre todo, en el trato venatorio con ellas las deja, en efecto, su juego. Pero con esto último no hace sino imitar a la Naturaleza. Porque la caza infrahumana es ya por sí ese juego y de otro modo no sería caza. De suerte que si el hombre desea cazar no tiene más remedio, quiera o no, que hacer esa concesión al animal. Por eso digo que no es en él pura gentileza Si no lo hiciera, no sólo destruiría a los animales, sino que destruiría, de paso, el cazar mismo que le ilusiona. 
El hombre cazador renuncia a su total superioridad sobre el animal cazado. Hay, pues, en la caza como deporte una libérrima renuncia del hombre a la supremacía de su humanidad. Ésta es su consubstancial elegancia. En vez de hacer todo lo que como hombre podría hacer, liga sus excesivas dotes y se pone a imitar a la Naturaleza; es decir, que por su gusto retrocede y reingresa en ella. 
Tal vez sea éste un primer atisbo de por qué es para el hombre tan grande delicia cazar.

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