jueves, 20 de julio de 2017

¡Mas de 600.000 visitas al Blog Monteros¡. 19 de julio 2017.

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martes, 11 de julio de 2017

Rececho de gamo en la campiña sevillana. Mi artículo en la web de Trofeo Caza

Rececho de gamo en la campiña sevillana
La ronca, un auténtico espectáculo
Los machos salen poco a poco de la espesura, se atreven a exponerse en los claros, donde tranquilamente pasta su harén. Con su ronquera intentan “convencer” a las hembras de que son más fuertes que sus rivales. Entre todos ellos destaca uno con enorme palas, probablemente, según el guarda, sea un oro. Pero está demasiado lejos y no tengo nada claro si dispararle o no…

Tras recibir una llamada de mi compañero de caza F.G.L. anunciándome que iba a recechar un gamo sin límite de puntos y pidiéndome que le acompañara con mis cámaras, no pude por menos que aceptar encantado tan buen ofrecimiento. Este año la suerte nos acompañó siempre en los recechos que hemos realizado juntos: el corzo de Babia (León), el rebeco de Somiedo (Asturias), el isard de Setcases (Gerona) o las cabras de Las Batuecas (Salamanca). Ahora tocaba un gamo en la campiña sevillana.

El verano estaba ya llegando a su fin y solamente restaba esperar la confirmación de fechas por parte de la propiedad de la finca. Los días pasaron rápido hasta que, el primero de octubre, otra llamada telefónica me confirma que la cita es para los días 9 al 11 de octubre de este 2013; contamos con tres días para intentar abatir un buen gamo. A ver si también esta vez la suerte nos acompaña.

LOS PRONÓSTICOS, MUY BUENOS
Los preparativos para el rececho son una de las partes que más me gustan de esta caza: ropa cómoda, botas en perfecto estado, poner en la mochila todo lo necesario, cuaderno de campo para anotar sobre la marcha las impresiones que me van sucediendo, cámaras y objetivos a punto. La planificación del viaje, el previo conocimiento de la zona a recechar, planos, fotografías a través de Internet y lo más importante, la información de primera mano de cazadores amigos que han estado cazando allí antes, me permiten hacerme una idea clara de cómo puede transcurrir el rececho y de sus posibles dificultades. Eso sin olvidar la forma física con paseos diarios para fortalecer las piernas.
Los pronósticos son buenos pues la guardería tiene localizados varios grandes ejemplares. Es plena época de ronca; la climatología, aunque algo calurosa, ha mejorado con las lluvias pasadas; y el día promete ser soleado y sin viento. ¡Todo parece ser ideal!
La ilusión por que llegue ya el día hace que la noche anterior al rececho se me haga eterna. Es algo que siempre me ha pasado desde que soy cazador y que me sigue pasando. Antes de amanecer ya estoy preparado y en el coche que nos llevará a la finca. Esta vez no tenemos que recorrer grandes distancias para acercarnos al cazadero. En media hora escasa nos encontramos en la puerta de la finca.

Está enclavada en la campiña sevillana, en medio de una dehesa aclarada de encinas, con algún eucalipto aislado. Una gran extensión de terreno llano se extiende delante de nosotros, parcelado mediante vallado en cuarteles de unas 400 hectáreas de extensión cada una y perfectamente delimitadas. Se ve el cuidado que se le dispensa a la dehesa: los árboles bien podados, la tierra arada y las pistas en muy buen estado. Un pasto amarillento y seco cubre el suelo, excepto en algunos lugares más umbríos donde ya empieza a aparecer la hierba.

Tomamos una desviación de la carretera general hacia un camino de tierra bien señalizado; según nos acercamos observamos a izquierda y derecha las chumberas que por estos lares utilizan como delimitadores de las fincas, una buena manera de impedir el acceso sin necesidad de recurrir a las vallas de espino. La sabiduría del campo andaluz.
Caballos de raza que pastan libremente en la entrada del cortijo de la finca nos indican que ya hemos llegado. El cortijo, una magnífica construcción de estilo andaluz, muy bien cuidado. Tras atravesar una gran portada nos adentramos en un patio amplio. A un lado, los establos y caballerizas, y al fondo del patio, la casa donde ya nos esperaba el dueño de la propiedad y un par de guardas perfectamente uniformados. Tras los saludos de rigor y las explicaciones de cómo íbamos a recechar, trasladamos nuestros bártulos al vehículo de los propios y emprendemos el camino hacia la mancha donde esperamos encontrar al gamo que venimos buscando.

Una primera cancela nos advierte que estamos en una finca ganadera de reses bravas, así que habrá que tener un ojo siempre atento a los bichos que pastan en libertad. Pasamos la cancela y aparcamos en un recodo de la pista. Uno de los guardas se queda en el vehículo, esperando, mientras el otro nos indica que saquemos el rifle de la funda y lo carguemos, pues empezamos el rececho.

Un 8×68 y balas KS de 180 grains es lo que vamos a usar esta vez. El rifle, puesto a punto a una distancia de 200 metros, que es la óptima de tiro en este tipo de recechos.
UN AUTÉNTICO ESPECTACULO


Tras un rato observándoles, los machos emprenden la huida y en pocos segundos se alejan. La primera oportunidad está perdida, pero aún quedará otro. Uno de ellos es impresionante. El guarda indica al recechista que probablemente será un oro.

Estamos en octubre y la ronca del gamo ya empezó por estas tierras sureñas. Su sonido inconfundible llena el ambiente; es un buen momento para poder abatir a un gran ejemplar, ahora que se acerca a las hembras y baja un poco su proverbial guardia.

El gamo, como el venado, es un animal con un sistema de apareamiento poligínico (un régimen social habitual en muchos géneros de animales; en ellos el macho reúne un harén de hembras, apareándose con todas ellas, generalmente de forma exclusiva, no permitiendo que otros machos del grupo accedan a ellas si no es mediante su sustitución como líder del clan), en el que los machos tienen que competir para conseguir aparearse con las hembras y sólo unos pocos machos consiguen su objetivo, los más fuertes y capaces.
La ronca se dirige tanto a otros machos, en los enfrentamientos, como hacia las hembras durante los acercamientos, acosos y cortejos. Los machos pueden pesar el doble de las hembras, y en relación a su peso presentan las mayores cuernas de todos los cérvidos. Poseen variadas estrategias para poder reproducirse. El gamo presenta a veces un sistema de apareamiento muy especial: el lek o arena, que se da en estas tierras.
Un sistema lek es aquel en el que los machos se colocan en puntos concretos, generalmente lugares que poseen comida o cualquier otro recurso que las hembras necesitan. En nuestro caso, un lugar donde existe hierba verde y que a la fuerza las hembras tendrán que visitar si quieren comer. Desde estos lugares emiten señales (ronca, olores o su propia imagen) para atraer a las hembras, que se acercan a los machos de su elección sólo para copular con ellos y luego se marchan a otro lugar a comer. Esto es lo que andábamos buscando, ya que al actuar así se produce un agrupamiento de machos (separados unos de otros por unos 20-50 metros) para poder seleccionar al mejor gamo.
Tras un buen rato de rececho, escuchando muy cercana la ronca del que parece un buen macho, procurando en todo momento avanzar lo más oculto posible aprovechando las sombras de los árboles para no ser detectados, divisamos a unos 500 metros y bajo un par de grandes eucaliptos a dos buenos gamos que están intentando atraer a las hembras con su “canción” amorosa.
Un grupo de muflones que pastan por los alrededores nos descubre y empiezan su huida agrupados. Y, curiosamente, corren detrás de un pequeño gamo que abre la marcha. Al momento, detienen su carrera y se dedican a pastar tranquilamente. Por suerte, los gamos no parecen haber notado la huida de los muflones, pues permanecen sin moverse del lugar.
Preguntamos al guarda y nos confirma que en la finca, aparte de los toros bravos y algunos caballos de raza, solamente existen gamos y muflones, sin ningún venado que les pueda hacer la competencia en su hábitat.
El acercamiento a los gamos se nos hace eterno, muy despacio y procurando no poner en aviso a nuestra presa. Alguna perdiz va por delante de nosotros, apeonando, y sobre nuestras cabezas planean varios buitres leonados.
EL MOMENTO DE LA APROXIMACIÓN
Pese a la sigilosa entrada, la res en cuestión emprende una rápida huida. Ha detectado al cazador. Hay que intentar localicarlo nuevamente. Más abajo, impresionante secuencia del gamo abatido.
Metro a metro vamos ganando terreno hasta colocarnos a unos 250 metros de los gamos. Y nos detenemos al observar cómo unas hembras que nos han localizado mueven sus colas blancas como aviso de peligro.
Los machos emprenden entonces la huida y en pocos segundos vemos cómo se alejan. La primera oportunidad perdida, pero aún es temprano y en este tipo de caza las prisas no son buenas consejeras.
Así que nos ponemos a planificar la próxima entrada a los gamos. Los dos ejemplares que habíamos visto se han detenido a unos 800 metros de nosotros y nos están observando. Hacemos lo mismo con ellos a través de los prismáticos y de un catalejo que llevamos para la ocasión.
El guarda nos confirma que el gamo de la izquierda es un “oro” con casi total seguridad, mientras su compañero es algo menor de cuerna, un “plata” seguro. Las palas del primero son muy largas y bastante abiertas, no siendo totalmente simétricas, pues de ser así sería un ejemplar de más de 200 puntos. El segundo tiene las palas más simétricas, pero de menor envergadura, un magnifico ejemplar para la próxima temporada.
Decidimos dar un rodeo para colocarnos sin cargar el aire, casi inexistente en ese momento, y poder cortarles la huida. Mientras andamos, no dejo de observar los toros que pastan cerca de nosotros. En este cuartel están los machos de tres años. El guarda nos avisó de que no son peligrosos mientras no les hagamos ningún extraño, pero de todos modos es impresionante ver a estos animales en libertad mientras te miran. Decido guardar las distancias y no perderlos de vista. Solamente en una ocasión un toro cárdeno se acercó demasiado, pero no pareció en absoluto peligroso. ¡Una emoción más para añadir al rececho!
La veteranía y buen hacer del guarda logran que tras media hora de marcha y muchas precauciones al andar por el pasto seco, procurando no hacer ruido y siempre pendientes de la dirección del viento, localicemos de nuevo a los dos gamos, que avanzan lentamente en paralelo a nuestra posición. Sin hacer ninguna parada, intentamos colocarnos lo más cerca posible para realizar el disparo.
A menos de 300 metros de los gamos, el guarda me indica que me oculte tras una encina mientras ellos dos procuran alcanzar una mejor posición. Muy lentamente y agachados van tomando posiciones para intentar el disparo. Llegan a una sombra y observan qué hacen los dos gamos. Parece que intuyen el peligro y varían su camino, alejándose de su posición. Los casi 500 metros de distancia hacen que el cazador desista de intentar el disparo, aconsejado por el guarda. ¡Otro intento de acercamiento fallido!
¿UNA NUEVA INTENTONA?
Aparte de muy buena vista, el gamo posee un extraordinario olfato, fundamental para un animal que suele vivir en extensiones abiertas de terreno, de ahí lo difícil de su caza a rececho. Otra vez es el gran conocimiento del hábitat y costumbres del gamo que posee el guarda lo que nos conduce de nuevo a una zona donde, según él, se dirigirán probablemente.
Dan las 10:00 horas y nos sorprende a la sombra de una gran encina a la cual hemos llegado tras un buen paseo. La espera no se hace larga. A los diez minutos de llegar vemos cómo de nuevo se acercan los dos paletos… Y esta vez vienen derechos a nosotros. Nos ocultamos cerca del tronco sin hacer el más mínimo movimiento.
En el cuartel pastan las reses bravas. El guarda les dijo a los protagonistas que no eran peligrosos mientras no les hiciéramos ningún extraño, pero de todos modos es impresionante ver a estos animales en libertad mientras te miran.
No cargamos el aire y los animales aún no nos han descubierto por suerte; dan unos pasos y el gamo que buscamos para un instante y nos ofrece su lado izquierdo. ¡Es el momento! El guarda indica al cazador que apoye el rifle sobre la horquilla, con mucho cuidado y sin movimientos bruscos. Le indica que puede disparar cuando quiera y le recuerda que el gamo seleccionado es el que se encuentra a la izquierda de los dos. Meter al gamo en la cruz de la mira, pausar la respiración, confirmar la distancia (210 metros exactamente) y esperar que el disparo nos sorprenda. ¡Unos segundos que parecen horas!
Suena el trallazo. ¡Un buen tiro!, certero al codillo, un poco alto. El gamo acusa el impacto, intenta avanzar unos metros, se tambalea y no parece que vaya a hacer falta un segundo disparo de remate… Y tras unos segundos se derrumba ya sin vida. El otro gamo ni se mueve. Parece esperar a su compañero, pero al momento inicia la marcha con una veloz huida perdiéndose al momento en la dehesa.
Todo son felicitaciones y abrazos, caras felices por el logro alcanzado. Esperamos unos minutos para garantizar que el gamo ya no se levanta y nos acercamos. Es un gran gamo de tonalidades bastante blancas, como suele ser habitual en muchos ejemplares de esta especie. Las palas son muy largas y separadas, una de ellas más grande y ancha que la otra, y todas las puntas son perfectas, sin ninguna rotura y de un color perfecto.
Fotografías de rigor y, tras ello, el guarda procede a la medición “en verde”. Tras los cálculos procedentes da un total de 185 puntos aproximadamente, un oro claro, tal como vaticinó. Habrá que esperar tres meses para que la homologación oficial confirme estos datos, pero no hay duda de que dará medalla y será de oro. Llamada a través de la emisora y el otro guarda se acerca con el vehículo hasta nuestra posición para recogernos. Nuevas felicitaciones, tras lo cual cargan el gamo en la pick-up y nos dirigimos al cortijo de la finca.
UN FINAL FELIZ
Tras los cálculos da un total de 185 puntos aproximadamente, un oro claro, tal como vaticinó el guarda. Habrá que esperar algunos meses para su homologación oficial.
Allí nos tienen preparado un café y unas tortas de la zona en una mesa colocada en el gran jardín del cortijo. Contamos las peripecias de la caza y le comentamos al propietario que mientras recechábamos localizamos un gran ejemplar de muflón en la misma zona. Nos dice que si queremos podemos volver a intentar rececharlo también. No dudamos ni un instante y aprobamos la oferta. Será cuestión de volver otro día a por él.
Mientras tanto, los guardas proceden a desollar y apañar el gamo cazado, separando la carne por un lado y la cabeza con el trofeo por otro. Para esto tienen habilitada una habitación provista de todos los útiles necesarios. Una vez terminada la faena, ponen el precinto en la cuerna y preparan cuidadosamente la cabeza para su traslado. ¡Todo un alarde de profesionalidad! Prueba de ello es el número creciente de cazadores extranjeros que acuden a la finca en busca del deseado trofeo.
Antes de marcharnos hay que rellenar algunos papeles y llevarnos otros para poder trasladar el trofeo hasta el taxidermista sin problemas. Nos despedimos de todos y esta vez con la esperanza de volver muy pronto para recechar el gran muflón. Una vez en el taxidermista, éste nos confirma que es un gran ejemplar y queda en encargarse de los trámites de homologación. Al final pudimos lograr cobrar el gamo en el primer día del rececho. Es una suerte que las cosas saliesen todas bien.
Ha sido una experiencia inolvidable poder recechar el gamo en la ronca, y más en esta preciosa finca ganadera de la campiña sevillana. Una buena gestión cinegética acompañada de una perfecta guardería dan como premio estos magníficos resultados. ¡Estamos deseando volver! 
Texto y fotos: Félix Sánchez Montes

viernes, 7 de julio de 2017

Rececho de macho montés en Ronda y Sierra Nevada. Mi artículo en la web de Trofeo Caza

Rececho de macho montés en Ronda y Sierra Nevada

Abatir una macho montés, una de las especies autóctonas más emblemáticas de nuestro territorio nacional, es una experiencia única. Incluso muchos experimentados recechistas afirman que es de los retos cinegéticos más exigentes si tenemos en cuenta el gran esfuerzo físico que requiere seguir sus pasos entre riscos y barrancos. El autor de este artículo puede dar fe de ello, pues acompañó en sendas aventuras a un cazador estadounidense en pos de este majestuoso animal.


Acababa de llegar de montear en Las Mesas, la finca de Lolo Mialdea, el pasado 1 de noviembre cuando recibo una llamada de mi buen amigo Luis Miguel de la Rubia, gerente de spanishibex.com, preguntándome si quería acompañarle para realizar un reportaje fotográfico de unos recechos de cabra montés en dos parajes andaluces, la Serranía de Ronda y Sierra Nevada.

No lo dudé ni un momento: “¿Cuando salimos?”, le pregunté. “Mañana te espero en Ronda”, me respondió. Solté los bártulos de la montería, busqué los de rececho, preparé mis cámaras y, tras una buena ducha, me marché a la cama, pues al día siguiente tocaba de nuevo ponerse en carretera camino de la sierra.


TRAS EL GRAN “EMPERADOR” EN LA SERRANÍA DE RONDA


Luis Miguel llegó por la tarde procedente de Madrid, donde había ido a recoger a su cliente, Ryan, un simpático y amable estadounidense que ya conocía España de anteriores recechos de cabras. El viaje desde su Wyoming natal había sido largo, pero no quería perder ni un minuto de su estancia aquí, aunque el jetlag le estaba pasando factura.


Aunque ya estaba avanzada la tarde, decidimos dar una vuelta para conocer el tiradero y, de camino, intentar abatir la primera cabra, en este caso un selectivo, siguiendo el plan de caza previsto: una cabra selectiva en Ronda y después intentar cobrar un trofeo en Sierra Nevada. Para ello disponíamos de cuatro días, tiempo que Luis estimaba suficiente para abatir las dos cabras, pues no hay que olvidar que íbamos a cazar en fincas abiertas.

EL TIEMPO NOS RESPETÓ FINALMENTE 


Conforme íbamos subiendo a la zona de caza, las nubes bajas empezaron a rodearnos, aunque la visibilidad era buena, lo que permitía ver con claridad a más de 300 metros. En eso estábamos cuando, tras doblar una cerrada curva de la pista forestal por la que transitábamos, una cabra seguida de su cría se nos atravesó de repente parándose delante nuestra.



La cara de alegría de Ryan al verlas nos dejaba claro que el rececho comenzaba con buen pie. A izquierda y derecha vislumbramos pequeños grupos de hembras con algún joven macho, pero no vimos ningún animal que cumpliese lo que andábamos buscando: un macho selectivo de no más de siete años de edad.

El celo de las cabras ya se empezaba a notar por estas serranías, un poco tardío tratándose de la latitud y las fechas en que nos encontrábamos. Ya nos había comentado Antonio, nuestro guía, que esta temporada se estaba retrasando algo, sin verse aún a los grandes machos acercarse a las hembras, si acaso algún ejemplar joven.

La noche se iba echando rápidamente por las cumbres y decidimos volver a Ronda, donde nos esperaba una buena cena. Tras ella nos retiramos a nuestros alojamientos, no sin antes programar minuciosamente nuestros planes de caza para el día siguiente. La jornada se presentó nublada y con una lluvia fina, aunque sin frío. Tras desayunar rápido, salimos antes de que diesen las 7.30 horas, pues queríamos estar pronto en las cumbres.

Manos a la obra


Llegados al sitio, aparcamos el vehículo en un lateral de la pista forestal y emprendimos el rececho. Por un lado, Ryan, el cazador, acompañado de Antonio, el guía, y de Luis Miguel; y a cierta distancia, detrás de ellos, y para no estorbar, yo con mis cámaras.

Tras una buena caminata sin observar ninguna cabra de las que íbamos buscando, y ya cerca de las 8.30 horas, Antonio vio un grupo de cabras en unas quebradas, a nuestra izquierda, entre las que se encontraban un par de machos “tirables”.

Estaban tranquilas, pues aún no nos habían localizado gracias a nuestra entrada pausada, vigilando siempre el viento y sin hacer el menor ruido. Quedamos en que se acercarían Luis Miguel y Ryan hasta unas rocas situadas a unos centenares de metros por debajo de nosotros para poder desde allí tirar a los machos.

Mientras, Antonio y yo nos situamos tras unas peñas, observando con los prismáticos. Tras un acercamiento lento y sin perder de vista a las cabras, lograron situarse en las rocas, a unos 300 metros del grupo de animales que estaban enfrente, un poco más arriba de su posición.

Luis Miguel le preguntó a Ryan si quería disparar, advirtiéndole que el macho buscado estaba, según el telémetro, a 340 metros exactos, a lo que Ryan contestó afirmativamente.

Un ligero viento del norte les entraba por su derecha, mientras caía una leve llovizna. Colocar el rifle encima de la mochila, señalarle Luis Miguel a Ryan cuál era el macho al que debía disparar, regular el visor y apuntar fue cuestión de un minuto… que se hizo eterno. Al momento, el trallazo del disparo retumbaba por los barrancos, poniendo en alerta al resto de los animales, a los que pilló por sorpresa.

Un pequeño encogimiento del macho fue lo único que acusó la cabra al entrarle por debajo del jamón derecho el proyectil, solamente un “sedal”. Pudimos comprobar con los prismáticos cómo la bala dejaba al salir una pequeña salpicadura de sangre, pero sin llegar a impactar en la otra pata. Tras ello, desapareció de nuestra vista.

¿DARÍAMOS CON ÉL?

Después de dar un gran rodeo y subir una buena pendiente, dimos con el lugar del impacto. Unas pequeñas gotas de sangre denotaban que el animal estaba herido. Con Lola atraillada, la teckel de Luis Miguel, procedimos a ponerla sobre el rastro para intentar encontrar el macho. Después de más de una hora de pisteo, y en vista de que el macho no solamente dejaba de dar sangre, sino que huía ladera arriba, desistimos de seguir buscando.

Mal empezábamos el día, pero no perdíamos ninguno la esperanza de acabarlo bien, como así sucedió más tarde. Aún dio tiempo esa mañana a recechar un par de horas más, pero sin suerte. Por ello decidimos tomarnos la comida que habíamos llevado, regándola con un buen vino, para, tras acabar, montarnos en el todoterreno y bajar hacia otra zona que, según Antonio, era muy querenciosa para los machos y donde tenía localizados algunos ejemplares como los que buscábamos.

Se trataba de un pequeño llano, con unos cultivos a nuestra espalda y enrente de un circo formado por tres cerros escarpados en cuyo fondo se encontraban unas pequeñas encinas rodeadas de una vegetación muy tupida. Dejando el vehículo aparcado fuera de la vista, nos acercamos para observar en los alrededores por si lográbamos ver la cabra que andábamos buscando.

¿ESTA VEZ SÍ?

En eso estábamos cuando Antonio divisó cómo, por encima de nosotros y casi en la cumbre del cerro central, se estaba dejando caer un macho que cojeaba ostensiblemente. Era un poco más grande de lo que andábamos buscando, pero Luis Miguel decidió que era a ese al que íbamos a intentar abatir.

Esperamos más de media hora cuando por fin apareció el macho detrás de una chaparra, por encima de nosotros. Para entonces ya estaba Ryan colocado en una roca, preparado para disparar, y a su lado Luis Miguel, dándole instrucciones sobre cuándo debía hacerlo. Esta vez Ryan se tomó su tiempo, apuntando cuidadosamente y esperando a que el macho estuviera más descubierto para poder disparar.

En vista de que no nos daba el costado y que la distancia a la que estaba era de 155 metros, optó por disparar. Esta vez la bala le entró por el pecho limpiamente. La cabra dio unos pasos y desapareció en la vegetación, pero no la vimos salir por donde se suponía que era su huida, así que esperamos un rato para que se enfriase.





Esta vez Lola no tuvo mucho trabajo. Fue subir la pendiente e irse directamente al macho, que yacía abatido en unas rocas. La alegría de Ryan era inmensa. Sonrisas para todos y abrazos por doquier. ¡Lo habíamos logrado! Las fotografías de rigor, más abrazos y felicitaciones, tras lo cual bajamos al macho, que después de ponerle el preceptivo precinto, procedimos a desollar. Aquí fue Ryan el encargado de hacerlo, ya que nos comentó que en su tierra siempre lo hace con las reses que cobra. ¡Una buena costumbre!

La noche nos cayó ya de vuelta a Ronda. Aún teníamos que cenar, pues a la mañana siguiente nos pondríamos de camino, muy temprano, hacia Sierra Nevada.

SERRANÍA DE RONDA, UN PARAÍSO PARA LAS MONTESES

La Serranía de Ronda ocupa una extensión de 1.385 kilómetros cuadrados y se sitúa al suroeste de la provincia de Málaga, en el límite con las sierras gaditanas de Ubrique y Grazalema. Hacia el sur se extiende hasta la comarca de Estepona, ya cerca de la costa, y limita al norte y al este con las comarcas malagueñas de Antequera y del Guadalhorce, respectivamente. El paisaje de la comarca está definido por un conjunto de sierras con orientación noreste-suroeste, entre las cuales se sitúan los valles de los ríos Genal y Guadiaro, así como la Depresión de Ronda.

La altitud media de la zona varía entre 500 y 700 metros y los puntos más elevados se encuentran en las sierras de Tolox y de Las Nieves (Pico Torrecilla, 1.918 metros). En las zonas más altas de la serranía (Sierra de Las Nieves), caracterizadas por mayores rigores invernales, está presente la sabina rastrera, formando un abigarrado matorral que alterna con zonas de pastizal y algunas de pinares. En esta zona encontramos también matorrales almohadillados adaptados para resistir las difíciles condiciones climáticas de las altas cumbres (vientos, nieve y heladas).

SIERRA NEVADA, EL “CIELO DE ESPAÑA”
El Espacio Natural de Sierra Nevada está integrado por el parque nacional y natural del mismo nombre. Impresiona por ser un extenso macizo montañoso con un relieve compacto y por tener la cima más alta de la Península Ibérica, el Mulhacén, con 3.479 metros. Integrado en la Cordillera Penibética, se extiende desde el sudeste de Granada hasta el extremo occidental de Almería. Comprende terrenos de 44 municipios, 15 de Almería y 29 de Granada.

EL MÁS DIFÍCIL TODAVÍA: SIERRA NEVADA, LA CIMA DE LA PENÍNSULA

El viaje hasta Sierra Nevada se hizo pesado, aunque por suerte la lluvia nos dio un descanso. No así el viento, que arreciaba por momentos. Llegamos al hotel rural en el que nos alojaríamos, en un bello pueblo de Las Alpujarras.Deshicimos las maletas, nos aseamos un poco y ya estábamos en el comedor para poder llegar pronto esa tarde al cazadero. De repente empezó a llover copiosamente y el viento a arreciar cada vez más fuerte, pero Luis Miguel comentó que la historia no la habían escrito nunca los cobardes… y allá que nos fuimos a las cumbres a buscar el trofeo que veníamos buscando desde tan lejos.

Esta vez nuestro guía era Antonio El Zocato, un perfecto conocedor de la zona que lleva más de 15 años en estos menesteres. Su maestría y buen hacer quedaron patentes, al igual que su experiencia en estas lides.


EL TIEMPO, NUESTRO ALIADO

Conforme subíamos a los más de 2.500 metros del tiradero, lindante con el Parque Nacional, el tiempo se volvía más frío, pero milagrosamente la lluvia cesó y hasta el viento se moderó. ¡La suerte siempre se alía con los audaces! No hay duda.Esta vez sí vimos buenos machos, mucho mejores que los de Ronda, pero ninguno de ellos era medallable. Grupos de cuatro, cinco y hasta siete machos juntos se dejaban ver por los visos, laderas y barrancos de la zona.

La vegetación era escasa: aquí y allá alguna sabina o pino aislado, ya muy cerca de los “borreguiles”, que es como se denomina aquí a los pastos de alta montaña.Un par de acercamientos infructuosos a las cabras fue lo más reseñable de aquella tarde, pero Antonio nos aseguró que tenía localizados un par de buenos ejemplares y que al día siguiente seguro que daríamos con ellos.Con esa esperanza, y cansados de tanto andar, caímos esa noche reventados en la cama, eso sí, tras cenar espléndidamente la buena comida de esta tierra. No eran aún las 7.00 horas cuando andábamos ya desayunando unas buenas tostadas con jamón serrano y un café caliente para coger fuerzas.

El día se presentó radiante. En estas alturas el tiempo cambia muy rápido, y lo mismo estás con el sol encima que, diez minutos después, andas tiritando y rodeado de una espesa niebla.

Y LLEGÓ LA HORA

Tras rodar por una pista de montaña cerca de una hora, al fin paramos y nos dispusimos a empezar el rececho. Esta vez Antonio nos demostró, una vez más, sus profundos conocimientos sobre la fauna, y en especial sobre las cabras monteses.Viendo el magnífico día que se había puesto, dedujo que las cabras que buscábamos deberían estar soleándose en unos tajos no lejos del lugar en el que nos encontrábamos, como así sucedió.

Tras una breve caminata, dimos vista a unos profundos tajos situados a nuestra derecha. Antonio nos dijo que nos detuviésemos y, tras observar unos momentos con los prismáticos, nos señaló una gran peña plana, a media altura sobre el tajo.¡Y allí estaban! Dos preciosos machos recostados y dejándose calentar por el sol. Era difícil distinguir cuál de ellos era mejor, pero Antonio no lo dudó ni un momento: el que estaba situado un poco más cerca de nosotros era el que buscábamos.

EL MOMENTO DE LA APROXIMACIÓN

Así que ahora quedaba lo más difícil: acercarnos sin que nos vieran. La suerte continuó de nuestra parte y Ryan y Luis Miguel lograron situarse a 200 metros de ellos sin ser detectados. De repente las cabras se levantan y empiezan a moverse lentamente hacia el valle.¡Es el momento! Ryan se prepara y, en cuanto el macho se para un instante ofreciendo su flanco, dispara, acertando de pleno en el codillo.

El animal da unos pasos, pero, herido de muerte, no logra ir muy lejos. Se detiene e instantes después rueda por la ladera. ¡Lo logramos de nuevo! Abrazos y felicitaciones se suceden sin descanso.Nos acercamos al macho y comprobamos su gran envergadura. Es una cuerna típica de Sierra Nevada, perfecta y hermosa. La medimos y nos da una puntuación de plata alta. No parece que pueda ser oro, pero nunca se sabe.


¡HASTA LA PRÓXIMA!

Tras la consabida sesión de fotos, toca bajar al macho hasta el vehículo, cosa nada fácil por lo escarpado del terreno, pero Antonio, una vez más, nos demuestra cómo hacer fácil lo que parece difícil.Volvemos al hotel y es el momento de las despedidas. Primero digo adiós a Ryan, un gran cazador y mejor persona; después a Antonio, que me obsequia con una bolsa de sus tomates ecológicos cherrys, criados en lo más alto de la sierra; y por último a Luis Miguel de la Rubia, genial gestor y buen amigo.

Gracias a todos por estos buenos días pasados con vosotros.

Habrá que volver por estas sierras de nuevo. ¡Ya lo estoy deseando! 


EL EQUIPO IDEAL PARA RECECHO DE MACHO MONTÉS

Para el rececho usamos un rifle de cerrojo Blaser R8 Professional con culata sintética del calibre .270 WSM y balas de 130 grains, equipado con un visor Swarovski Z6 2,5-15×56 P, ideal para malas condiciones de luz.

El calibre .270 WSM resulta idóneo para situaciones de montaña o de llanura limpia, para ser empleado sobre animales de piel fina, de no más de 200 kilogramos, y siempre teniendo cuidado al escoger las puntas con las que se carga. En nuestro caso usamos la bala de 130 grains Ballistic Silvertip, con una velocidad en boca de 3.275 p/s.

Se dice que el .270 WSM cargado con puntas de 130 grains posee la misma trayectoria que el .300 Remington Ultra Mágnum con puntas de 180 grains (pero no la misma energía) y con un retroceso más moderado.Basado en su antecesor, el .300 WSM, el cartucho del .270 WSM difiere del primero solamente en el diámetro interno del cuello (.270 contra .308 de pulgada), adaptado para recibir una punta de ese calibre.Incluso mantiene las restantes medidas de la vaina del .300 WSM, la longitud total del cartucho cargado y el mismo ángulo del hombro medido en grados.

El .270 WSM trabaja con presiones elevadas, en el orden de los 65.000 p.s.i., dentro de los parámetros aceptados por el Sporting Arms and Ammunition Manufacturers Institute (SAAMI). Para completar la equipación, fuimos provistos de un catalejo Swarovski y unos prismáticos Zeiss 2,5 x 10 x 52.

Textos y Fotos: Félix Sánchez Montes

martes, 4 de julio de 2017

Corzos moriscos. Batida en Los Alcornocales. Mi artículo en la web de Trofeo Caza

Corzos moriscos. Batida en Los Alcornocales.
Tras el duende andalusí en tierras gaditanas.


Si su caza a rececho es complicadísima, imagínense la dificultad que entraña abatirlo en movimiento, corriendo a toda velocidad perseguido por los perros. El autor de esta crónica puede dar fe de ello, pues fue testigo de excepción de una interesantísima batida de corzos moriscos en un paraje incomparable como es el Parque Natural de Los Alcornocales, en Cádiz.

Un año más, tras dos décadas desde la vuelta de esta modalidad de caza, las monterías de corzos, o más concretamente las batidas de corzos moriscos en Los Alcornocales, se inician una temporada más. Es el primer lugar de España donde se abre su veda. Un verdadero tesoro de nuestras modalidades de caza.

El pasado 20 de marzo tuvimos la oportunidad de disfrutar de esta modalidad de caza, la batida de corzos, en la finca La Jarda, que con sus 6.231 hectáreas es la más grande de las dos que componen Los Montes Propios de Jerez de la Frontera (la otra es Montifarti, con 820 hectáreas), dentro del Parque Natural de Los Alcornocales.

A las 8.30 horas estábamos citados en la finca La Jarda, acompañando a Juan Carlos Aranda, gran montero y gerente de Athos Safaris, que, aunque reside en Canarias, no duda en venir por estas tierras gaditanas a montear los corzos.

Tras el desayuno y el sorteo de los 30 puestos de la mancha La Gallina, partimos hacia las posturas. El cupo es de dos corzos machos y jabalíes libres. Desde hacía 30 años no se monteaba esta finca, y nos comentan que en ella hay abundancia de corzos.

Ya en el camino a los puestos pudimos comprobar lo bien cuidada que está y los esfuerzos que realizan para mantener una población de corzos moriscos saludable y abundante. Es un espectáculo pasear por el Parque Natural de Los Alcornocales, donde se suceden los escenarios de alcornoques entresacados, el manto de hojas secas de tonos amarillos y ocres, desde donde parten los troncos rojizos de los alcornoques cubiertos, cerrando el cielo con su manto verde… aunque a veces rompe la monotonía una tira de pinos donde se nota la labor de la cuadrilla realizando rozas que dejan tiras de cortafuego. Y precisamente es en una de éstas donde se encuentra nuestro puesto. El día radiante augura una buena jornada de caza.

A las 11.00 horas se procede a la suelta de las rehalas y al instante nos entran tres venados por la derecha, a los que naturalmente dejamos marchar, ya que ese día no tocaba su caza.

Al poco apareció, no sé cómo, una corza a menos de cinco metros de nuestra postura. Se nos había colado como siempre. Y es que estos duendes del bosque se meten encima de uno sin enterarse. Una ladra por la parte baja nos puso en aviso y de pronto apareció el primer corzo macho seguido de los perros y que, con algo de suerte, más que puntería, consiguió abatir Juan Carlos. 


Corzos abatidos durante la batida. En sus trofeos también pueden apreciarse las características inconfundibles del morisco.

Al estar cerca de la suelta, en media hora sobrepasan los perreros la postura, parándose en lo alto de la cresta. Es entonces cuando, a la voz de los rehaleros y conducido por el puntero, un perro cruzado de color blanco, típico de la zona, levanta un corzo que nos sorprende de frente. Intenta hacer un quiebro, pero un certero disparo de Juan Carlos corta su carrera alcanzándole. 


Al momento, otro corzo entra por debajo, pero ya el cupo está hecho. Ni tiempo nos dio para ver si era bueno. Las ladras no pararon durante toda la jornada, dando mayor emoción a la batida .

El disparo a los corzos es muy difícil, tanto por su velocidad como por su tamaño. Se utilizan principalmente calibres pequeños para su caza en batidas. Es impresionante ver cómo los corzos intentan engañar a los perros cruzando una y otra vez sus rastros para confundirlos. 

Ya tenemos el cupo: dos por puesto. Cochinos y zorros es lo que se nos permite tirar, aunque podemos ampliar el cupo, abonando un extra. Ya vienen los perros de vuelta y una cierva se escabulle entre los pinos seguida de una corza que nos cruza por el mismo sitio por donde pasó el segundo corzo. 

Una ladra de parada y un disparo de la postura vecina, seguido de unos gruñidos, evidencian que un cochino ha caído. La batida se acaba y nos marchamos de nuevo a la casa de la finca, donde un buen potaje nos espera. 

En la junta de carne, siete corzos y un par de cochinos. Muchísimos disparos, cerca de los 150, dan fe de la dificultad de abatir en montería a los corzos moriscos. 

La próxima temporada espero volver de nuevo por estas tierras gaditanas para montear a los esquivos corzos andaluces en esta modalidad especial y única. 

Su caza en un marco único: Los Alcornocales 

La caza en batida de corzos en Andalucía se puede realizar en los cotos que lo tengan aprobado en sus planes técnicos de caza, únicamente del 5 de marzo al 5 de abril. Nunca con más de 25 batidores y de cinco perros por batidor. Aquellos cotos que, pudiendo realizar batidas, renuncien a ellas tienen la opción de solicitar prórroga para la caza a rececho hasta el 25 de mayo. 


Precioso paisaje de La Jarda. Cazar en un paraje así no tiene precio.

Esta modalidad se practica en el Parque Natural de Los Alcornocales, que, con una superficie aproximada de 170.000 hectáreas, está situado en el extremo occidental de la Cordillera Bética. Pertenece a la provincia de Cádiz, excepto su borde nororiental, ubicado en la provincia de Málaga. De la primera ocupa parte del territorio de 16 términos municipales (Alcalá de los Gazules, Algar, Algeciras, Arcos de la Frontera, Benalup, Benaocaz, Castellar de la Frontera, El Bosque, Jerez de la Frontera, Jimena de la Frontera, Los Barrios, Medina Sidonia, Prado del Rey, San José del Valle, Tarifa y Ubrique) y uno (Cortes de la Frontera) de la segunda. 

Este Parque Natural de Los Alcornocales se encuentra en excelente estado de conservación, siendo el mayor alcornocal de la Península Ibérica y uno de los más importantes del mundo. Excepcionales bosques en galería, formados por especies subtropicales ausentes del continente europeo, se localizan en los denominados “canutos”, valles profundos y estrechos excavados por los ríos, poblados por laurel, rododendro, avellanillo, durillo y aliso, acompañados por acebo y ejemplares de helechos, poco comunes en nuestros bosques. 

Los alcornocales a veces se mezclan con acebuches, quejigos, robles melojos… Su matorral está constituido por lentiscos, jaras, brezos, cantuesos, torviscos y majuelos, entre otras especies típicas del clima mediterráneo. 

Un ecotipo con rasgos propios 

El corzo morisco (Capreolus capreolus garganta, Meunier, 1983) es el típico de esta zona. Presenta ciertos rasgos propios, como la ausencia de babero blanco en el cuello, pequeño tamaño, dimorfismo sexual más acentuado y cráneos más cortos y anchos. Se localizan en las provincias de Cádiz y Málaga y se están expandiendo ya por Granada. 



Los corzos moriscos andaluces pesan entre 21 y 26 kilogramos los machos y 18 y 24 las hembras, y su envergadura es de entre 68 y 75 centímetros y 65 y 73, respectivamente. Son los corzos más pequeños de entre todos los europeos y su coloración es uniforme durante todo el año. 

Los corzos moriscos de Andalucía pertenecen a una población genéticamente diferente a la del resto de poblaciones ibéricas (esto ha sido ratificado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el VII Congreso Europeo del Corzo, en Jerez, 2005). 
La revisión del “Manual CIC sobre la evaluación y medición de los trofeos de caza”, anteriormente conocido como el “Libro Rojo de la CIC”, está en curso con el lanzamiento de la nueva edición prevista para la 61ª Asamblea General de la CIC en Milán. El CIC destaca el reconocimiento, en el nuevo manual de dos nuevas categorías de trofeos para corzo (Capreolus capreolus) con dos nuevos fenotipos: el corzo andaluz (C. c. capreolus, syn. garganta) y el corzo italiano (C. c. italicus). 

Cádiz y Málaga, la cuna del morisco 

El reconocimiento de estos fenotipos distintos se basa en una gran cantidad de literatura científica y en los estudios disponibles hasta la fecha tanto de Italia como de la comunidad autónoma de Andalucía. 

El ecotipo corzo andaluz se produce en las sierras de Cádiz-Málaga y, en particular, en las dos áreas de gestión de Los Alcornocales y Ronda-Grazalema. 




Mientras que el nuevo manual del CIC sobre la evaluación y medición de los trofeos de caza reconocerá estas dos categorías separadas de trofeos, los parámetros de medallas serán idénticas a los del corzo europeo común (C. c. capreolus).Esto aumentará el interés internacional sobre esta especie, el corzo morisco o corzo andaluz. 

Tradicionalmente, en estas tierras el corzo se cazaba esporádicamente como una especie escasa, aunque no lo era. Fue a mediados de la década de los sesenta del pasado siglo cuando se empezó a tomar conciencia de su importancia cinegética y organizaron batidas serias. 

Una vez visto el terreno y con unos 25 ó 30 puestos, dependiendo de las hectáreas a cazar y de la orografía del terreno, que en algunas zonas es verdaderamente duro para montear. Se batía la mancha con unos cuantos perros, podencos de la zona y cruzados, consiguiéndose buenos resultados. 

Solían celebrarse durante los meses de marzo (finales) y principios de abril. De un año a otro se reservaban algunas manchas a batir y se dejaban sin cazar para la mejor procreación y conservación de la especie. Así se estuvo cazando hasta los años 80 aproximadamente, cuando dichas batidas se prohibieron. 

Gracias a algunos aficionados cazadores del corzo morisco, a partir del año 2000 se volvieron a autorizar las batidas de corzos, con una reglamentación especial y limitadas a la zona del Parque Natural de Los Alcornocales. Muy importante es que en este tipo de caza se mire más el lance que el trofeo, siendo una modalidad de caza muy atractiva por su dificultad, sin olvidar el terreno abrupto donde se realiza. Fincas corceras de prestigio son La Alcaria, La Almoraima, Los Montes Propios de Jerez, La Garganta de Millán, Marrufo, Cardela, Las Piñas (Bolonia), Ojen (Valle de Ojen), La Granja, Zanona, Jautor, Ahojíz, Santa Victoria o Valdespera, entre otras. 

Texto: Félix Sánchez Montes 
Fotos: Juan Carlos Aranda y autor