viernes, 7 de julio de 2017

Rececho de macho montés en Ronda y Sierra Nevada. Mi artículo en la web de Trofeo Caza

Rececho de macho montés en Ronda y Sierra Nevada

Abatir una macho montés, una de las especies autóctonas más emblemáticas de nuestro territorio nacional, es una experiencia única. Incluso muchos experimentados recechistas afirman que es de los retos cinegéticos más exigentes si tenemos en cuenta el gran esfuerzo físico que requiere seguir sus pasos entre riscos y barrancos. El autor de este artículo puede dar fe de ello, pues acompañó en sendas aventuras a un cazador estadounidense en pos de este majestuoso animal.


Acababa de llegar de montear en Las Mesas, la finca de Lolo Mialdea, el pasado 1 de noviembre cuando recibo una llamada de mi buen amigo Luis Miguel de la Rubia, gerente de spanishibex.com, preguntándome si quería acompañarle para realizar un reportaje fotográfico de unos recechos de cabra montés en dos parajes andaluces, la Serranía de Ronda y Sierra Nevada.

No lo dudé ni un momento: “¿Cuando salimos?”, le pregunté. “Mañana te espero en Ronda”, me respondió. Solté los bártulos de la montería, busqué los de rececho, preparé mis cámaras y, tras una buena ducha, me marché a la cama, pues al día siguiente tocaba de nuevo ponerse en carretera camino de la sierra.


TRAS EL GRAN “EMPERADOR” EN LA SERRANÍA DE RONDA


Luis Miguel llegó por la tarde procedente de Madrid, donde había ido a recoger a su cliente, Ryan, un simpático y amable estadounidense que ya conocía España de anteriores recechos de cabras. El viaje desde su Wyoming natal había sido largo, pero no quería perder ni un minuto de su estancia aquí, aunque el jetlag le estaba pasando factura.


Aunque ya estaba avanzada la tarde, decidimos dar una vuelta para conocer el tiradero y, de camino, intentar abatir la primera cabra, en este caso un selectivo, siguiendo el plan de caza previsto: una cabra selectiva en Ronda y después intentar cobrar un trofeo en Sierra Nevada. Para ello disponíamos de cuatro días, tiempo que Luis estimaba suficiente para abatir las dos cabras, pues no hay que olvidar que íbamos a cazar en fincas abiertas.

EL TIEMPO NOS RESPETÓ FINALMENTE 


Conforme íbamos subiendo a la zona de caza, las nubes bajas empezaron a rodearnos, aunque la visibilidad era buena, lo que permitía ver con claridad a más de 300 metros. En eso estábamos cuando, tras doblar una cerrada curva de la pista forestal por la que transitábamos, una cabra seguida de su cría se nos atravesó de repente parándose delante nuestra.



La cara de alegría de Ryan al verlas nos dejaba claro que el rececho comenzaba con buen pie. A izquierda y derecha vislumbramos pequeños grupos de hembras con algún joven macho, pero no vimos ningún animal que cumpliese lo que andábamos buscando: un macho selectivo de no más de siete años de edad.

El celo de las cabras ya se empezaba a notar por estas serranías, un poco tardío tratándose de la latitud y las fechas en que nos encontrábamos. Ya nos había comentado Antonio, nuestro guía, que esta temporada se estaba retrasando algo, sin verse aún a los grandes machos acercarse a las hembras, si acaso algún ejemplar joven.

La noche se iba echando rápidamente por las cumbres y decidimos volver a Ronda, donde nos esperaba una buena cena. Tras ella nos retiramos a nuestros alojamientos, no sin antes programar minuciosamente nuestros planes de caza para el día siguiente. La jornada se presentó nublada y con una lluvia fina, aunque sin frío. Tras desayunar rápido, salimos antes de que diesen las 7.30 horas, pues queríamos estar pronto en las cumbres.

Manos a la obra


Llegados al sitio, aparcamos el vehículo en un lateral de la pista forestal y emprendimos el rececho. Por un lado, Ryan, el cazador, acompañado de Antonio, el guía, y de Luis Miguel; y a cierta distancia, detrás de ellos, y para no estorbar, yo con mis cámaras.

Tras una buena caminata sin observar ninguna cabra de las que íbamos buscando, y ya cerca de las 8.30 horas, Antonio vio un grupo de cabras en unas quebradas, a nuestra izquierda, entre las que se encontraban un par de machos “tirables”.

Estaban tranquilas, pues aún no nos habían localizado gracias a nuestra entrada pausada, vigilando siempre el viento y sin hacer el menor ruido. Quedamos en que se acercarían Luis Miguel y Ryan hasta unas rocas situadas a unos centenares de metros por debajo de nosotros para poder desde allí tirar a los machos.

Mientras, Antonio y yo nos situamos tras unas peñas, observando con los prismáticos. Tras un acercamiento lento y sin perder de vista a las cabras, lograron situarse en las rocas, a unos 300 metros del grupo de animales que estaban enfrente, un poco más arriba de su posición.

Luis Miguel le preguntó a Ryan si quería disparar, advirtiéndole que el macho buscado estaba, según el telémetro, a 340 metros exactos, a lo que Ryan contestó afirmativamente.

Un ligero viento del norte les entraba por su derecha, mientras caía una leve llovizna. Colocar el rifle encima de la mochila, señalarle Luis Miguel a Ryan cuál era el macho al que debía disparar, regular el visor y apuntar fue cuestión de un minuto… que se hizo eterno. Al momento, el trallazo del disparo retumbaba por los barrancos, poniendo en alerta al resto de los animales, a los que pilló por sorpresa.

Un pequeño encogimiento del macho fue lo único que acusó la cabra al entrarle por debajo del jamón derecho el proyectil, solamente un “sedal”. Pudimos comprobar con los prismáticos cómo la bala dejaba al salir una pequeña salpicadura de sangre, pero sin llegar a impactar en la otra pata. Tras ello, desapareció de nuestra vista.

¿DARÍAMOS CON ÉL?

Después de dar un gran rodeo y subir una buena pendiente, dimos con el lugar del impacto. Unas pequeñas gotas de sangre denotaban que el animal estaba herido. Con Lola atraillada, la teckel de Luis Miguel, procedimos a ponerla sobre el rastro para intentar encontrar el macho. Después de más de una hora de pisteo, y en vista de que el macho no solamente dejaba de dar sangre, sino que huía ladera arriba, desistimos de seguir buscando.

Mal empezábamos el día, pero no perdíamos ninguno la esperanza de acabarlo bien, como así sucedió más tarde. Aún dio tiempo esa mañana a recechar un par de horas más, pero sin suerte. Por ello decidimos tomarnos la comida que habíamos llevado, regándola con un buen vino, para, tras acabar, montarnos en el todoterreno y bajar hacia otra zona que, según Antonio, era muy querenciosa para los machos y donde tenía localizados algunos ejemplares como los que buscábamos.

Se trataba de un pequeño llano, con unos cultivos a nuestra espalda y enrente de un circo formado por tres cerros escarpados en cuyo fondo se encontraban unas pequeñas encinas rodeadas de una vegetación muy tupida. Dejando el vehículo aparcado fuera de la vista, nos acercamos para observar en los alrededores por si lográbamos ver la cabra que andábamos buscando.

¿ESTA VEZ SÍ?

En eso estábamos cuando Antonio divisó cómo, por encima de nosotros y casi en la cumbre del cerro central, se estaba dejando caer un macho que cojeaba ostensiblemente. Era un poco más grande de lo que andábamos buscando, pero Luis Miguel decidió que era a ese al que íbamos a intentar abatir.

Esperamos más de media hora cuando por fin apareció el macho detrás de una chaparra, por encima de nosotros. Para entonces ya estaba Ryan colocado en una roca, preparado para disparar, y a su lado Luis Miguel, dándole instrucciones sobre cuándo debía hacerlo. Esta vez Ryan se tomó su tiempo, apuntando cuidadosamente y esperando a que el macho estuviera más descubierto para poder disparar.

En vista de que no nos daba el costado y que la distancia a la que estaba era de 155 metros, optó por disparar. Esta vez la bala le entró por el pecho limpiamente. La cabra dio unos pasos y desapareció en la vegetación, pero no la vimos salir por donde se suponía que era su huida, así que esperamos un rato para que se enfriase.





Esta vez Lola no tuvo mucho trabajo. Fue subir la pendiente e irse directamente al macho, que yacía abatido en unas rocas. La alegría de Ryan era inmensa. Sonrisas para todos y abrazos por doquier. ¡Lo habíamos logrado! Las fotografías de rigor, más abrazos y felicitaciones, tras lo cual bajamos al macho, que después de ponerle el preceptivo precinto, procedimos a desollar. Aquí fue Ryan el encargado de hacerlo, ya que nos comentó que en su tierra siempre lo hace con las reses que cobra. ¡Una buena costumbre!

La noche nos cayó ya de vuelta a Ronda. Aún teníamos que cenar, pues a la mañana siguiente nos pondríamos de camino, muy temprano, hacia Sierra Nevada.

SERRANÍA DE RONDA, UN PARAÍSO PARA LAS MONTESES

La Serranía de Ronda ocupa una extensión de 1.385 kilómetros cuadrados y se sitúa al suroeste de la provincia de Málaga, en el límite con las sierras gaditanas de Ubrique y Grazalema. Hacia el sur se extiende hasta la comarca de Estepona, ya cerca de la costa, y limita al norte y al este con las comarcas malagueñas de Antequera y del Guadalhorce, respectivamente. El paisaje de la comarca está definido por un conjunto de sierras con orientación noreste-suroeste, entre las cuales se sitúan los valles de los ríos Genal y Guadiaro, así como la Depresión de Ronda.

La altitud media de la zona varía entre 500 y 700 metros y los puntos más elevados se encuentran en las sierras de Tolox y de Las Nieves (Pico Torrecilla, 1.918 metros). En las zonas más altas de la serranía (Sierra de Las Nieves), caracterizadas por mayores rigores invernales, está presente la sabina rastrera, formando un abigarrado matorral que alterna con zonas de pastizal y algunas de pinares. En esta zona encontramos también matorrales almohadillados adaptados para resistir las difíciles condiciones climáticas de las altas cumbres (vientos, nieve y heladas).

SIERRA NEVADA, EL “CIELO DE ESPAÑA”
El Espacio Natural de Sierra Nevada está integrado por el parque nacional y natural del mismo nombre. Impresiona por ser un extenso macizo montañoso con un relieve compacto y por tener la cima más alta de la Península Ibérica, el Mulhacén, con 3.479 metros. Integrado en la Cordillera Penibética, se extiende desde el sudeste de Granada hasta el extremo occidental de Almería. Comprende terrenos de 44 municipios, 15 de Almería y 29 de Granada.

EL MÁS DIFÍCIL TODAVÍA: SIERRA NEVADA, LA CIMA DE LA PENÍNSULA

El viaje hasta Sierra Nevada se hizo pesado, aunque por suerte la lluvia nos dio un descanso. No así el viento, que arreciaba por momentos. Llegamos al hotel rural en el que nos alojaríamos, en un bello pueblo de Las Alpujarras.Deshicimos las maletas, nos aseamos un poco y ya estábamos en el comedor para poder llegar pronto esa tarde al cazadero. De repente empezó a llover copiosamente y el viento a arreciar cada vez más fuerte, pero Luis Miguel comentó que la historia no la habían escrito nunca los cobardes… y allá que nos fuimos a las cumbres a buscar el trofeo que veníamos buscando desde tan lejos.

Esta vez nuestro guía era Antonio El Zocato, un perfecto conocedor de la zona que lleva más de 15 años en estos menesteres. Su maestría y buen hacer quedaron patentes, al igual que su experiencia en estas lides.


EL TIEMPO, NUESTRO ALIADO

Conforme subíamos a los más de 2.500 metros del tiradero, lindante con el Parque Nacional, el tiempo se volvía más frío, pero milagrosamente la lluvia cesó y hasta el viento se moderó. ¡La suerte siempre se alía con los audaces! No hay duda.Esta vez sí vimos buenos machos, mucho mejores que los de Ronda, pero ninguno de ellos era medallable. Grupos de cuatro, cinco y hasta siete machos juntos se dejaban ver por los visos, laderas y barrancos de la zona.

La vegetación era escasa: aquí y allá alguna sabina o pino aislado, ya muy cerca de los “borreguiles”, que es como se denomina aquí a los pastos de alta montaña.Un par de acercamientos infructuosos a las cabras fue lo más reseñable de aquella tarde, pero Antonio nos aseguró que tenía localizados un par de buenos ejemplares y que al día siguiente seguro que daríamos con ellos.Con esa esperanza, y cansados de tanto andar, caímos esa noche reventados en la cama, eso sí, tras cenar espléndidamente la buena comida de esta tierra. No eran aún las 7.00 horas cuando andábamos ya desayunando unas buenas tostadas con jamón serrano y un café caliente para coger fuerzas.

El día se presentó radiante. En estas alturas el tiempo cambia muy rápido, y lo mismo estás con el sol encima que, diez minutos después, andas tiritando y rodeado de una espesa niebla.

Y LLEGÓ LA HORA

Tras rodar por una pista de montaña cerca de una hora, al fin paramos y nos dispusimos a empezar el rececho. Esta vez Antonio nos demostró, una vez más, sus profundos conocimientos sobre la fauna, y en especial sobre las cabras monteses.Viendo el magnífico día que se había puesto, dedujo que las cabras que buscábamos deberían estar soleándose en unos tajos no lejos del lugar en el que nos encontrábamos, como así sucedió.

Tras una breve caminata, dimos vista a unos profundos tajos situados a nuestra derecha. Antonio nos dijo que nos detuviésemos y, tras observar unos momentos con los prismáticos, nos señaló una gran peña plana, a media altura sobre el tajo.¡Y allí estaban! Dos preciosos machos recostados y dejándose calentar por el sol. Era difícil distinguir cuál de ellos era mejor, pero Antonio no lo dudó ni un momento: el que estaba situado un poco más cerca de nosotros era el que buscábamos.

EL MOMENTO DE LA APROXIMACIÓN

Así que ahora quedaba lo más difícil: acercarnos sin que nos vieran. La suerte continuó de nuestra parte y Ryan y Luis Miguel lograron situarse a 200 metros de ellos sin ser detectados. De repente las cabras se levantan y empiezan a moverse lentamente hacia el valle.¡Es el momento! Ryan se prepara y, en cuanto el macho se para un instante ofreciendo su flanco, dispara, acertando de pleno en el codillo.

El animal da unos pasos, pero, herido de muerte, no logra ir muy lejos. Se detiene e instantes después rueda por la ladera. ¡Lo logramos de nuevo! Abrazos y felicitaciones se suceden sin descanso.Nos acercamos al macho y comprobamos su gran envergadura. Es una cuerna típica de Sierra Nevada, perfecta y hermosa. La medimos y nos da una puntuación de plata alta. No parece que pueda ser oro, pero nunca se sabe.


¡HASTA LA PRÓXIMA!

Tras la consabida sesión de fotos, toca bajar al macho hasta el vehículo, cosa nada fácil por lo escarpado del terreno, pero Antonio, una vez más, nos demuestra cómo hacer fácil lo que parece difícil.Volvemos al hotel y es el momento de las despedidas. Primero digo adiós a Ryan, un gran cazador y mejor persona; después a Antonio, que me obsequia con una bolsa de sus tomates ecológicos cherrys, criados en lo más alto de la sierra; y por último a Luis Miguel de la Rubia, genial gestor y buen amigo.

Gracias a todos por estos buenos días pasados con vosotros.

Habrá que volver por estas sierras de nuevo. ¡Ya lo estoy deseando! 


EL EQUIPO IDEAL PARA RECECHO DE MACHO MONTÉS

Para el rececho usamos un rifle de cerrojo Blaser R8 Professional con culata sintética del calibre .270 WSM y balas de 130 grains, equipado con un visor Swarovski Z6 2,5-15×56 P, ideal para malas condiciones de luz.

El calibre .270 WSM resulta idóneo para situaciones de montaña o de llanura limpia, para ser empleado sobre animales de piel fina, de no más de 200 kilogramos, y siempre teniendo cuidado al escoger las puntas con las que se carga. En nuestro caso usamos la bala de 130 grains Ballistic Silvertip, con una velocidad en boca de 3.275 p/s.

Se dice que el .270 WSM cargado con puntas de 130 grains posee la misma trayectoria que el .300 Remington Ultra Mágnum con puntas de 180 grains (pero no la misma energía) y con un retroceso más moderado.Basado en su antecesor, el .300 WSM, el cartucho del .270 WSM difiere del primero solamente en el diámetro interno del cuello (.270 contra .308 de pulgada), adaptado para recibir una punta de ese calibre.Incluso mantiene las restantes medidas de la vaina del .300 WSM, la longitud total del cartucho cargado y el mismo ángulo del hombro medido en grados.

El .270 WSM trabaja con presiones elevadas, en el orden de los 65.000 p.s.i., dentro de los parámetros aceptados por el Sporting Arms and Ammunition Manufacturers Institute (SAAMI). Para completar la equipación, fuimos provistos de un catalejo Swarovski y unos prismáticos Zeiss 2,5 x 10 x 52.

Textos y Fotos: Félix Sánchez Montes

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