jueves, 8 de agosto de 2019

¡ Sí, yo soy cazador ! Gran artículo de mi amigo Rafael Vila, en el primer aniversario de su fallecimiento.

Rafael Vila 

En memoria de mi gran amigo, fallecido ayer, Rafael Vila. ¡¡¡SÍ, YO SOY CAZADOR!!!. Artículo de Rafael Vila
Este artículo lo publiqué el 3 de agosto de 2015, y quiero que sirva de homenaje a uno de mis amigos, gran montero y mejor persona, Rafael Vila. Hoy estará en la traviesa del cielo monteando con los grandes monteros que se fueron antes que él, ¡Descanse en paz¡
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¡¡¡ SÍ, YO SOY CAZADOR !!! 

Sí, sí, es así. Y además no me avergüenzo de mi contundencia ni de esos signos exclamatorios por más que en los tiempos que corren puedan llegar a ser hasta socialmente peligrosos. Pero es que voy a ir incluso mucho más allá, porque no es ya sólo que no me avergüence –faltaría más-, sino que me llena de orgullo el serlo por más de una infinidad de razones –acabo de decir razones y no millones ni subvenciones- que llevo muy dentro de “mi corazón” -perdón, que aunque es sentido figurado no deja de ser un órgano corpóreo vital-, quería decir de “mi alma”… Esas mismas que la han ayudado a dar su verdadero sentido a mi vida. 

Sinceramente creo que desde un punto vista racional podría dar más de una infinidad de razones tanto históricas como actualmente económicas, sociales, vitales y, hasta si se quiere, ecologistas y medioambientales en defensa de la caza. Pero no, hoy no lo haré, todo ello me lo guardo de momento para mí que seguro que tendré tiempo de hacerlo. 

Por eso hoy sólo me gustaría hablar de mí y de mis sentimientos cinegéticos personales, de esos que hoy ya muchos inadmiten ab initio –perdón, es pura deformación profesional- y rechazan de plano sin escucharlos por el simple hecho de ser eso mismo, o sea, cinegéticos. Pues no, yo personalmente y siempre dentro desde el respeto, no renunciaré al derecho que creo que me asiste a expresarlos, más que nada porque por más que hayan cambiado tanto las cosas, quienes se dicen invadidos de otros totalmente contrarios no dejan de expresarlos y, en ocasiones, hasta airadamente y con bastante violencia, al menos, verbal. Y aquí se supone que estamos en democracia y, aunque mi sentimiento está muy pero que muy por encima de cualquier sistema de Estado y de Gobierno y ya puestos, hasta de la maldita política que tanto daño ha hecho y sigue haciendo, creo que eso garantiza el que todos tengamos derecho a expresar lo que sentimos… Lo voy a decir algo más claro: aquí “o jugamos todos o pinchamos la pelota”. Y ya adelanto que yo soy uno de esos de los que juega y además fuerte, porque cuando se trata de sentimientos y vida siempre respondo con los que tengo y con la que ya he vivido y aún hoy, afortunadamente, sigo viviendo. 

Acompañado de Félix Sánchez en Las Mesas de Mialdea 

Pues eso, que soy cazador y montero a mucha honra, pero no me considero sólo eso porque pienso que también por el hecho de serlo soy aún más ecologista y amante del campo y la naturaleza -con todo lo que ello conlleva, que no es poco- que muchos de los que, con más apariencia que fundamento, se precian de serlo. Sí, sí, es así aunque pueda parecer contradictorio, porque cuando uno es capaz de llegar a sentir la misma emoción tirando un venado en montería que observándolo en época de berrea; viendo desde el coche a ese conejo que cruza confundido el camino y al que evitas de un volantazo para salvarle la vida por más que después vayas al desconejo en verano; disfrutando del ruido del aleteo de la paloma contra su chaparro cuando rompe sus sesteo por más que siempre esperes que llegue esa tan ansiada media veda; o cuando uno es igualmente capaz de evitar hacer daño a lagartos, culebras y hasta víboras –esos reptiles que generalmente son tan odiados y a los que la mayoría de los no cazadores matarían si tuvieran ocasión de hacerlo-; de respetar a las especies protegidas aunque no acabe de entender porqué se protege a bastantes que no están realmente en peligro y, sobre todo, cómo puede llegarse a proteger a algunas especies alóctonas –aclaro, por si acaso alguien que lea esto no lo sabe, que viene a significar que ni nacieron, ni se criaron, ni vivieron jamás antes aquí; son introducidas de muy diversas maneras y algunas de ellas hasta ponen en serio peligro nuestros propios ecosistemas-; de disfrutar recogiendo ese corcho sobrante del descorche del alcornoque para montar el Belén en Navidad, de vibrar con el canto de la patirroja aunque no seas cuquillero; de andar siempre que puedes entre chaparros, jaras, lentiscos, coscojas, romeros, jaguarzos, retamas, madroñeras, pasto y hasta abulagas –esas que se llamen como cada uno las quiera llamar pinchan de verdad- sin encontrarte casi nunca a nadie y, por supuesto, disfrutando de todos esos animales con los que te cruzas sin necesidad de más; de sentir la ilusión que te hace buscar en su tiempo algún que otro espárrago que te de para una tortilla y, sobre todo, de admirar siempre el cielo sin dejar de mirar nunca al suelo porque te da igual sudar que empaparte y hasta enfangarte que caerte... Estás allí, en el campo, en tu campo, ese mismo que te llega dentro con tanta fuerza que te hace sentirte parte de él. 

Pues eso, que soy cazador, montero, amante del campo y la naturaleza y hasta ecologista. Veréis, yo me crié en la ciudad pero la vida me la daba el campo, la naturaleza y algo que es consustancial a ambas, la caza. De hecho, fue esta última quien me hizo comprender, entre otras muchas cosas, lo que en realidad significaban las otras dos. Recuerdo que, cuando empecé a recibir mi siempre gratificante paga, parte de ella fue para comprarme el primer libro en la ya tristemente desaparecida librería Luque de Gondomar. ¿Sabéis cuál fue?... Pues la Guía de las Rapaces Ibéricas, especies que hasta donde yo se, ni eran entonces ni hoy son cinegéticas. Era apasionante y aprendí bastante de ellas, de las diurnas y de las nocturnas, del Águila Real, de la Imperial, de la Calzada, de la Culebrera, de los Buitres (el tan común Leonado y el amenazado Negro), del Alimoche, del Azor, del increíble Quebrantahuesos, de los gavilanes, milanos, cernícalos y halcones, del Buho Real, del Chico, del Cárabo, de las lechuzas Común y Campestre, del Autillo y hasta del Mochuelo, y eso que sabía que a muchas de ellas probablemente nunca llegaría a encontrármelas en mi campo en la vida. Después coleccioné aquellos míticos Cuadernos de Campo de Félix –perdón Félix por la confianza- y también aquellos fascículos –posiblemente haya algunos que aún no sepan que existía eso de los fascículos- que a modo de enciclopedia semanal el propio Félix iba sacando todos los años, aún sabiendo que difícilmente podría llegar siquiera a ver a la mayoría de esas especies en mi vida. Veía siempre su serie El Hombre y la Tierra –faltaría más- porque era lo único que por aquella época existía en televisión relacionado con el campo, los animales y la naturaleza en general. Francamente, no creo que llegue a haber otro como Él, más que nada porque hoy se pueden hacer fácilmente muchas cosas, pero lo difícil era hacerlo entonces y en esas condiciones. También me empapaba de todos los libros de caza que por entonces ya tenía Mi Padre –sí, con las mayúsculas que merece- y de algunos otros bastantes ya históricos que le pedía a los “Reyes Magos” y que hasta me seguía comprando cuando podía con mi paga –llámese, y es sólo a título de ejemplo porque afortunadamente tengo algunos bastantes más, Narraciones de Caza Mayor en Cazorla de González Ripoll, Diario de un Cazador de Delibes y la trilogía Umbría y Solana de Urquijo-; y también por entonces, escopeta en mano, empezaba con el desconejo en junio, con las tórtolas y palomas en media veda y ya, cuando llegaba octubre, no paraba de montear hasta febrero. Y el caso es que disfrutaba mucho con todo ello porque jamás vi siquiera atisbo alguno de incompatibilidad, sino más bien un nexo común que era el amor y el respeto por el campo. Y le pese a quien le pese, el campo es tan agradecido como cruel en su propia naturaleza, esencia y existencia, y así fue siempre y así es como tiene que seguir siendo, más que nada porque necesita tanto de sus animales como de su caza. Y él, que es sabio, lo sabe. 

Con Lolo Mialdea 

No quiero entrar más en todo lo que aprendí ni he seguido aprendiendo con el paso de los años, porque ello sólo me llevaría a tener que manifestar eso tan increíblemente cierto que ya dijo con cierta ironía el sabio Sócrates en la antigüedad: Sólo se que no se nada. Pero no es menos cierto que yo a estas alturas, en esta ocasión y en este tema lo completaría algo más: Puede que no sepa nada, pero en estos tiempos hay muchos que ni siquiera llegan a saber que significa realmente saber nada, que aunque parezca mentira es mucho más de lo que ellos saben o pretenden saber. 

Y como me estoy extendiendo como siempre demasiado –yo soy así- me gustaría abreviar haciendo un compendio de algunos adjetivos que no son sino expresión de los muchos sentimientos que me han enseñado y ayudado a comprender mucho mejor tanto el campo como la caza y la montería: respeto, honestidad, amistad, muerte, vida, ayuda, compañerismo, egoísmo, mentira, verdad, sufrimiento, desolación, alegría, falsedad, interés, desconsuelo, riqueza, desazón, fraternalidad, llanto, sonrisa, felicidad, fracaso, honradez, y tantos y tantos otros que podría poner y todos ellos envueltos en lluvia, viento, frío, calor y algunas otras condiciones meteorológicas más y no siempre del todo adversas. Pero aún hay cuatro que en esta todavía escasa relación no he puesto y que son para mí quizás los más importantes: SENTIMIENTO PURO, CONCIENCIA LIMPIA, HUMILDAD y DIGNIDAD. 

¡¡¡Ah, una cosa más!!!... He leído algo últimamente que de verdad me ha alarmado y bastante, porque por lo visto algunos “iluminados” que jamás han estudiado ni se han preocupado de documentarse sobre esto, que no saben distinguir una jara de una retama, ni un venado de un gamo, ni lo que es en realidad un humedal y a qué humedales van, por ejemplo, las malvasías –especie protegida desde hace muchos años-, ni si existe superpoblación de conejos en las vías del AVE, ni siquiera si gracias a la caza y a los cazadores hoy viven en las sierras de toda España muchos más venados, cochinos, gamos y muflones –es sólo un ejemplo- que en toda su historia desde que la caza existe –es pura estadística-, ni tantas y tantas cosas más, han llegado a decir que los cazadores somos simplemente “ASESINOS DE PERSONAS EN POTENCIA”, durísima y gravísima expresión rayana en la antijuridicidad que indudable daña, entre otras bastantes cosas, la dignidad personal. Quizás no sirva para mucho pero les voy a contestar –y aún así de momento me voy a dejar bastante dentro- y no porque lo merezcan, sino por puro sentimiento de respeto hacia esa mi propia dignidad personal. 

Ahí va. Yo soy cazador y montero –ahora obviaré eso de amante del campo, de la naturaleza y hasta ecologista que como ya he dicho va intrínsecamente unido a esa maravillosa condición de la que me siento más que orgulloso-, tengo esposa y dos hijos, soy abogado de profesión y en mi vida sólo me he dedicado a intentar sacar todo adelante en la medida que mis posibilidades me han ido ofreciendo cada momento y, por cierto, ellos me quieren porque jamás les he hecho daño y, por supuesto, no me tienen ningún miedo; he ayudado a cuantos he podido en la medida que también mis posibilidades me permitían hacerlo y creo que ellos tampoco me tienen ningún miedo; y he hecho algunas cosas más que podría decir y hasta probar –yo no soy de esos indocumentados que hablan gratis y sin conocimiento alguno- sin necesidad de causar miedo ni daño a nadie; y también algunas buenas personas de esas que aunque cazan no dan miedo ni hacen daño me han ayudado a mí cuando más lo necesitaba; por todo ello jamás de los jamases sería capaz -¡¡¡Qué barbaridad, por favor y hasta por Dios!!!-, no ya de matar, sino siquiera de hacer el más mínimo daño a ninguna persona sino todo lo contrario. Es más, a estas alturas ya ni siquiera de hacérselo a ningún animal si no siento lance de por medio, porque la pura verdad, ahora que ya ni cazo ni monteo tanto, es que me gusta más que nunca verlos pastar, comer, echarse y hasta correr y volar tranquilos y no siento necesidad de nada más. Pero cuando voy a cazar o montear soy yo el que decido cuándo sí y cuando no, cuestión que, por otra parte, tampoco es decidir mucho, porque cuando lo intento no siempre ni mucho menos lo consigo. Y eso sí porque lo llevo dentro, cuando hay lance y decido acabarlo, me siento más que orgulloso de que acabe bien, más que nada porque eso forma parte de mi vida y de mi sentimiento y, sobre todo, de la caza, de la montería, del campo y de la naturaleza –no he podido obviarlo del todo-, y todos ellos juntos me han enseñado lo que en realidad significa esa vida y ese sentimiento. 

Hay que estudiar y documentarse bastante más señores recién llegados, que los efectos mediáticos duran lo justo ante lo que es algo que va intrínsecamente unido a la propia vida y esencia del hombre desde que existe. Conozco a muchos ecologistas de los de verdad con bastante prestigio y aún más conocimiento que, no siendo cazadores, siempre coinciden en una cosa: la caza, por más que no les guste ni la practiquen, es tan necesaria como la vida misma; y por esa razón la respetan. Lástima que desgraciadamente no sean todos así. 

Con su hijo en 2012 

Pero como yo de momento no tengo la suficiente categoría personal como para equipararme a algunos de ellos me gustaría terminar, por si a alguno de estos iluminados y recién llegados anticaza le pudiera servir de algo, que francamente lo dudo, con algo que dijo un naturalista de verdad y tan histórico como inigualable como lo fue mi querido y hasta añorado Félix Rodríguez de la Fuente –y ahora sí que le pongo sus apellidos porque la aparente confianza espontánea y momentánea jamás puede olvidar en el fondo mi profundísimo respeto a su persona, a su trabajo y a lo que en su momento consiguió hacer-, prologando la ENCICLOPEDIA DE LA CAZA que Ediciones Vergara publicó allá por el año 1969: 


“Cuando un naturalista que dedica la vida al estudio y protección de la naturaleza toma la pluma para prologar una enciclopedia de caza, necesariamente ha de hacerse una pregunta. ¿Es justo que el zoólogo, el proteccionista, el amigo de los animales, abra las páginas de un libro que, de manera tan rigurosa como atractiva, describe las técnicas de la persecución, el acoso y la muerte de las criaturas salvajes? 

El naturalista, con toda sinceridad, no tiene más remedio que responderse afirmativamente: puede y debe introducir al lector en las artes venatorias. Primero, porque él mismo llegó a conocer y a querer los animales siguiendo las venturosas sendas del cazador. Y, sobre todo, porque la caza, lo que los científicos llaman la predación, ha venido constituyendo el resorte supremo de la vida desde que ésta apareció sobre nuestro planeta. Porque el cazador, si mata siguiendo las rígidas e inmutables leyes que ha impuesto la naturaleza a la gran estirpe de los predatores, regula, con su acción, y dirige, al mismo tiempo, el complejísimo concierto de las especies: el equilibrio entre los vivos y los muertos”. 

Pues sí, soy cazador, montero y amante del campo y de la naturaleza. Y no es que lo diga a mucha honra que también, es que lo llevo a gala allá por donde vaya., más que nada porque fue la caza la que me enseñó lo que de verdad era el campo cuando muestra toda su fuerza; esa misma fuerza que, entre otras muchas otras cosas, me une hoy día con mi hijo tanto como en su momento me unió para siempre a Mi Padre, el mismo que, a día de hoy, sigue monteando allá por el cielo con Alatriste*. 

Rafael Vila 

2 de agosto de 2015

*Alatriste fue el perro puntero de la rehala de Miguel Feijoo

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