domingo, 26 de abril de 2020

47 años de montero, toda una vida de pasión por la caza. Mi artículo en mi blog de Cazavisión. Octubre 2017


No tenía aún seis años y ya acompañaba a mi padre al puesto a montear. Una fotografía en blanco y negro de un niño metido en el hueco de una vieja encina para resguardarlo del frío en una dehesa cordobesa da fe de ello. Hablo de la década de los sesenta del pasado siglo, época en la cual nació mi pasión por la montería. Vinieron después muchas jornadas monteras más, siempre acompañado de mi padre Juan Sánchez Íñigo, mi tío Lalo (Eulalio Sánchez) o algún viejo montero como Juan de Velasco y López de Letona, con los cuales aprendí, o eso creo, los misterios y secretos de este antiguo arte que es montear.

Poco a poco conseguí que me dejasen tirar las reses con mi escopeta del calibre 16 (una Víctor Sarasqueta de los años cuarenta con unos preciosos grabados), eso sí, siempre acompañado en el puesto. En la finca cordobesa de Fuentevieja, donde según se indica en el libro ‘Montear en Córdoba’, de Mariano Aguayo (Ed. 1993), páginas 61 y 62, “tuvo su asentamiento una de las sociedades de monteros cordobeses con mayor solera. Eran Matías García Mateo, los hermanos Antonio y Enrique Barroso, Manolillo García, Rafael El Cordobés y Eulalio Sánchez, que era el que actuaba como jefe de campo y llevaba la finca”. Pues bien, en Fuentevieja fue donde el 5 de noviembre de 1970 maté mi primera res con trece años, un bonito venado con ocho puntas que me hizo novio e ingresar en el gremio montero. A partir de ahí y hasta hoy han pasado 47 años, toda una vida, y la pasión por la caza nunca me abandonó.

Los años setenta significan para mí los mejores si hablamos de monterías. Mi tío Lalo, pionero de las monterías comerciales en Córdoba, me llevó con él a las mejores que recuerdo: Las Piedras de la Sal, Mañuelas y El Águila, La Onza, Casas Rubias, La Loma de la Higuera y tantas otras. Tiempos que ya no volverán y que tuve la suerte de vivir, conociendo el final de la edad de oro de la montería tradicional española.

Ya en los ochenta, mi padre, mi tío Lalo, Hans K. Schmockh y Jan Harás alquilaron la finca El Eucalipto y La Loma del Majano, entre Montoro y Cardeña, en Córdoba, lindera de Arroyomolino Bajo, por aquel entonces aún sin malla cinegética ninguna de las dos.

Los estudios que me hicieron desplazarme a Madrid, o el ejército que me tuvo un tiempo por tierras africanas, en Melilla, hicieron que no pudiese apenas asistir a alguna montería, pero sí a la que corresponde la fotografía que encabeza este artículo. En ella aparece mi padre, q.e.p.d., matando un cochino, con la suerte de haber podido captar el momento exacto del disparo con mi cámara Olimpus, el impacto en la res y hasta el casquillo vacío aún en el aire. Fue en el puesto 2 de la armada del Collado del Lobo, de La Loma del Majano.

A partir de aquí las secuelas del infarto que sufrió mi padre, y la retirada de mi tío Lalo de las monterías, hicieron que abandonase éstas hasta principios de la primera década del presente siglo, cuando volví gracias a mi antiguo compañero de caza. En los noventa había fallecido mi padre con 65 años, y después mi tío, y me quedé con la pena de que mi padre no me hubiese podido acompañar más a montear, pues su estado de salud no se lo permitió. ¡No pudo ser! La vida nos da estos sinsabores y nos deja con la pena eterna de no poder hacer lo que hubiésemos deseado con toda nuestra alma, dejando sin terminar un deseo, aunque la edad me hace comprender, ahora, lo que en mi juventud no comprendí. Ya pasaron los tiempos en que era un ‘agonía’, queriendo abatir, que no cazar, más que nadie. Hace tiempo que aprendí que lo importante es el lance, los amigos que te rodean para pasar una buena jornada de caza, en esto que para mí no es una afición, sino una forma de vida, una pasión que me hace aún no poder conciliar el sueño la noche antes de montear, que me da la vida el pisar una dehesa, oír un agarre, escuchar las voces de un perrero y sentir que se me sale el corazón al escuchar el romper del monte de una res, aun a pesar de los cientos de monterías ya vividas.

En los últimos años he sustituido el rifle por la cámara fotográfica y las charlas monteras sobre los lances vividos por artículos en revistas cinegéticas. Pues nada, padre, sé que estás viendo lo que pasa por aquí abajo desde esa traviesa de allí arriba donde seguro que estarás con tu padre Félix y tus hermanos Lalo y Félix, con tus amigos del alma Paco Fernández y Pepe Prieto, y tantos otros cazadores y monteros que siempre seguirán vivos mientras alguno de nosotros los recuerden. Gracias por enseñarme los valores por los cuales me he regido toda mi vida. Solamente tenemos una certeza en este mundo, la muerte, y por ello sigo teniendo, a pesar de mis años, la alegría y la felicidad de ver nacer cada día con una nueva ilusión. No te olvido padre. Tu hijo.

Félix Sánchez Montes

sábado, 18 de abril de 2020

"Antoñuelo", el final trágico de un gran perrero. Mañuelas, 8 diciembre de 1973.

Dibujo de Mariano Aguayo

Ha venido a mi recuerdo un suceso luctuoso que jamás he olvidado, pues estaba presente ese día monteando al lado de mi tío Lalo, ocurrió en la finca Mañuelas situada en Cardeña (Córdoba) el 8 de diciembre de 1973.

Antonio Gracia Martínez "Antoñuelo" era el perrero de la rehala de Pepe Ortiz, un famoso rehalero cordobés que tenía unos podencos puros remendados muy buenos. Un día aciago, monteando en esta finca ocurrió la desgracia; sus perros estaban llegando a una armada, en uno de cuyos puestos había un chaval joven e inexperto, que había visto salir zorreados de un pegote de monte dos cochinos a los que no dio tiempo a tirar al estar muy tapados. 

Vio moverse otra vez el ramaje del manchon y pensó el joven que esta vez no se la iba a pegar el cochino. Disparó al bulto, pero el que estaba al final de la trayectoria de la bala era "Antoñuelo", que fué un hombre de andar despacio por la sierra, cuando monteaba, dejando que los perros trabajaran, siguiendo lo que dijo otro celebre perrero, colega suyo ... "Montear es fumar. Lo demás es tronchar jaras".

La bala le alcanzó en el pecho y cayó al suelo gravemente herido. Lo peor del suceso es que al escuchar sus fieles podencos el grito de dolor de su perrero, hicieron un cerco en torno suyo y allí no había quien se arrimara porque se lo comían. Esto me lo contaron personalmente y con lagrimas en los ojos. Tuvieron que venir los perreros mas expertos que estaban monteando la finca por otras zonas y entre todos y con mucho tacto ir agarrando los perros de "Antoñuelo". Cuando llegaron al cuerpo ya era cadáver.

Su cuerpo descansa en el cementerio de la Venta del Charco, muy cerca de Cardeña, en Córdoba. Descanse en paz.

Aquí están unos recorte que tengo guardado desde entonces, es de un año después ....







No quería dejar dormir entre mis papeles estos documentos para mostrar mi respeto por quienes sin su aportación no existiría la montería, los rehaleros.

*Este suceso viene reflejado en "El gran libro de las rehalas" de mi paisano y amigo Mariano Aguayo, aunque con un error al confundir a "Antoñuelo" con "Corchetas". Este error ya lo publicó el gran montero Rafael Mir Jordano en la ya desaparecida revista "Cazadores" que se publicaba en Córdoba.

En este artículo se dice que las rehalas asistentes a esa montería eran la de Pepe Ortiz con su perrero Antonio Gracia Martinez "Antoñuelo", la de Manuel Navas con su perrero Antonio Nuñez Ramos "Corcheta", la rehala de Santiago Echevarría "senior" con su perrero Paquillo, la rehala de Francisco Manrique con su perrero Miguel y la rehala de Pepe Galo y "Sardina".

Rafael Mir asistió a esa montería y aclaraba, con respeto a su gran amigo Mariano Aguayo, el error.

A raíz de este suceso "Corcheta" se retiró de perrero y colgó el trabuco y la caracola.