“Admitiendo, que no todo tiempo pasado fue mejor, hay que reconocer, que muchas cosas han cambiado en nuestro mundo montero, y no todas para bien”.(sic)
Así empezaba hace ya unos años, uno de mis artículos, que titulé “Del paso al puesto”, donde hacía un repaso, a lo mucho que ha cambiado y solamente en unas décadas, las monterías y en especial, la montería tradicional.
Precisamente en este año 2020 cumplo 50 años como montero, ya que cobré mi primer venado en 1970 en la finca Fuentevieja en Córdoba.
Desde que empecé a montear ha llovido mucho por nuestras sierras y los usos y costumbres de la montería española, han cambiado y evolucionado para adaptarse a los nuevos tiempos.
1970. El autor en Fuentevieja (Córdoba)
Recuerdo que en aquellos años, asistir a una montería, aún tenía su buena dosis de aventura, emoción e incertidumbre.
Meses antes, se visitaba la finca, se localizaban los pasos y huidas naturales de las reses, se hablaba con el guarda y se colocaban los puestos en estas huidas naturales, procurando la máxima seguridad entre un puesto y los contiguos.
Se cerraba la finca con las armadas de cierre, pero dejando hueco entre los puestos, no era cuestión de arrasar con todo, la mayoría eran fincas abiertas, ya que las fincas cercadas eran muy escasas en aquellos años.
1979. Mi tío, Eulalio Sánchez (q.e.p.d.), preparando las migas en Navalpedroche (Córdoba).
Ver rifles no era habitual y con visores mucho menos, muchos monteros iban con sus escopetas, ya que casi todos los asistentes, sabían que había que dejar cumplir a las reses, para abatirlas en su sitio, en jurisdicción, y por tanto, era extraño disparar a más de 150 metros a una res, eso sí, siempre en nuestro campo de tiro, para no cortar el camino de las reses, que fuesen a romper al puesto vecino.
Las reses, se movían de unas manchas a otras de acuerdo con las estaciones, disposición de comida o buscando tranquilidad, los dos pilares de una buena finca montera.
Estas monterías, eran casi todas de invitación, vendiendo algunos de los puestos para amortizar los gastos, que eran muy abundantes, no para ganar dinero. Cercanos ya a la junta, adelantábamos a los acemileros, que andando conducían a los mulos, que se utilizarían para sacar las reses de la montería.
1981. Mi tío Eulalio Sánchez (Lalo) en El Aguíla (Córdoba)
Esta peculiar caravana, que atravesaba a aquellas horas la muy poco transitada sierra, por unas carreteras pésimas, llenas de baches y socavones, procurando no perder de vista al automóvil que iba en primer lugar, en el cual se encontraba la persona que sabía llegar a la junta, solía ser la estampa por ese entonces. Sin olvidar, que por aquellos años no existían los móviles y los teléfonos eran inexistentes en los cortijos, si acaso alguna emisora de radio.
Una vez celebrado el sorteo, siempre sorteaban primero las rehalas, como se hacía desde siempre, después los linderos e invitados, para a continuación del rezo de un avemaría, o a veces una misa de campaña, se ponían en marcha las armadas para ir colocando los puestos, primeros los cierres para después salir las traviesas. Algunas iban en camionetas, otros en caballerías y la mayoría andando, si eras joven la caminata estaba asegurada, eran aquellas famosas armadas de los niños, donde todos empezamos, las más apartadas y en la que casi nunca se lograba disparar ni un tiro, pero no importaba, la afición nos movía y lo de menos era el resultado.
1974. Mi padre, Juan Sánchez, en La Onza (Córdoba).
Conocías, a casi todos los asistentes a la montería y por tanto era común que cuando te colocabas en tu puesto, supieses a quien tenías de compañeros a tu izquierda y a quien a tu derecha.
Lo habitual, era ir acompañado al paso. Yo, desde muy pequeño, iba con mi padre y así aprendí, lo poco o mucho que se de caza, y a compartir los lances, si te dejaban, cuando ya tenías una edad. La suelta, normalmente a eso de las once de la mañana, el trabucazo y las ladras de las rehalas te avisaban del comienzo.
En el puesto, te comías el taco que siempre llevabas y una lumbre para calentarte, y no se chanteaba la mancha por ello.
1978. Mi madre, Antonia Montes (q.e.p.d.) en El Castaño (Córdoba).
Las reses, eran mucho más escasas que en la actualidad, y lo que importaba era el lance más que el trofeo de la res. Palabras como bocas, medallable y otras, no recuerdo haberlas oído en aquellos años. Si el lance había sido bueno, tenías la recompensa de la res muerta en su sitio y por derecho, y si no, pues no pasaba nada, otro día habría más suerte.
A eso de las cuatro de la tarde, tras unas seis horas en el puesto, sonaban las caracolas de recogida y te ibas a pistear y marcar las reses si el día había sido propicio, y si no pues ayudabas a marcar las del vecino.
Después, a la junta de carnes por el mismo medio por el que habías venido. Allí, te esperaban unos garbanzos calientes a veces y un poco de vino. Si había que discutir una res, se hacía siempre en el campo, nunca en la junta y si surgían desavenencias, el Capitán de Montería, acompañado de otros dos o tres monteros con experiencia, más los monteros que reclamaban la res, se acercaban al puesto y decidían de quien era la res. ¡Su veredicto era inapelable y todos aceptaban su juicio!
1978. Mi padre, Juan Sánchez, en La Virgen (Córdoba).
Si aquel día, se había hecho novio a algún montero, eran los perreros quienes se encargaban de dictar sentencia, normalmente todo quedaba en una convidá pagada por el padre o acompañante del novio y alguna broma, sin mayor relevancia para el nuevo montero.
Sin prisas, se charlaba de lo acontecido en la montería, y muchas veces algunos de los asistentes, se quedaban a dormir en la misma finca, esas tertulias que se organizaban por la noche en el cortijo, era el momento ideal para rememorar los lances y compartir las vivencias de ese día.
Ya en los setenta, la cosa cambió. Cada vez más monterías comerciales aparecieron en la sierra y las primeras fincas valladas irrumpieron en el panorama y se produjeron las primeras reintroducciones de reses foráneas para mejorar los trofeos.
1978. Traslado de una armada. El Eucalipto (Córdoba).
Los precios de los puestos, se dispararon a principios de los ochenta, y eso hizo que muchos viejos monteros se fuesen retirando de las monterías. Las monterías se utilizaban como mero acto social, ya que la caza no les importaba en absoluto.
Con la llegada de los noventa, los precios siguieron subiendo, algunos dueños se acostumbraron a pedir más de lo que valían sus fincas, pero como las organizaciones de monterías le pagaban el precio ofertado y además siempre había quien comprase los puestos, pues ¡sin problemas!
Cada vez se valoraban menos a las rehalas y su trabajo, pasándose de pagar una cantidad más el taco y pan para los perros, a una cantidad fija, independientemente de la calidad de los canes. También desaparecieron de nuestras sierras los trabucos, por la ley de explosivos, perdiendo gran parte de su tradición.
1970. El autor con su primer venado abatido, Fuentevieja (Córdoba).
La llegada del nuevo siglo, trajo consigo precios aún más altos, las manchas, cada vez tenían más puestos para amortizar los crecientes gastos.
Las novedades técnicas llegaron a las monterías, ya no se veían escopetas, solo rifles de calidad, con visores magníficos, medidores de distancias, punteros láser, y miniordenadores en los visores, grandes y potentes todoterreno, climatizados y con todos los lujos imaginables, ropa y calzado térmico, móviles vía satélite, GPS incorporados al reloj...
Ya nada de andar, te colocan en el puesto a pie de tu todoterreno, te dan el plano del puesto, los resultados anteriores, las localizaciones de los posibles sitios por donde te entraran las reses. Y si fallas, no te preocupes, detrás de ti tienes una malla cinegética, así que esa res que se fue, te volverá a pasar, seguramente, al no poder huir.
1973. Gran venado abatido en Fuente Vieja cuando era finca abierta en una montería organizada por mi tío Eulalio Sánchez.
Por la tarde y después de la montería, tendrás un magnifico catering, mientras esperas que traigan las reses.
¿Y las rehalas?... estas ya no importan. Se les da un par de puestos, para que los vendan y así poder cubrir gastos. Y a veces, se les colocará en las nuevas armadas de rehaleros, que son siempre, armadas de cierre de dudoso éxito.
Y no nos podemos olvidar, de la burocratización creciente y de la cantidad inmensa de leyes y decretos que aparecen cada día, legislando, prohibiendo o reduciendo todo tipo de cuestiones.
Yo opino, que toda evolución tiene sus ventajas, y que hay que evolucionar o dejar de existir, de nosotros depende lograr el objetivo, de una caza con tradición, respeto por el campo y aplicando para ello las nuevas tecnologías.