martes, 3 de marzo de 2020

La montería y la rehala como patrimonio cultural. Mi fotografía en ABC de la Caza. 2 de marzo 2020


La declaración de la Montería y la Rehala como Bien de Interés Cultural en Andalucía parece más cerca. Para su consecución fue encargado un informe técnico, que su autor resume en ABC.

Fotografía: Félix Sánchez Montes
Pablo Palenzuela
CATEDRÁTICO DE ANTROPOLOGÍA UNIVERSIDAD DE SEVILLA


La práctica de la caza es actualmente objeto de conflicto entre dos formas de concebir la naturaleza y de actuar dentro de ella: la propia del movimiento ecologista/animalista y la de asociaciones representativas del sector cinegético. Los argumentos utilizados en el debate entre defensores y detractores se apoyan recurrentemente en lugares comunes.
Desde las posiciones impugnadoras de esa actividad social, los planteamientos animalistas rechazan frontalmente la violencia que conlleva la muerte de animales silvestres o denuncian el maltrato y abandono de los perros. Por su parte, desde el campo ecologista se resaltan los impactos negativos sobre el medio natural que genera la caza, en especial la de orientación comercial.

Del otro lado, se enfatizan la importancia numérica del colectivo de cazadores/as así como el efecto positivo de la creación de riqueza y de generación de empleo en un medio rural deprimido. Al mismo tiempo se defiende su función imprescindible en la reproducción de las especies cinegéticas y no cinegéticas y en la continuidad de ecotipos de gran biodiversidad como la dehesa; y, en su caso, como factor de regulación del exceso de algunas poblaciones cinegéticas que pueden acarrear problemas sanitarios, daños económicos y altos riesgos de accidentes. Finalmente, se rechaza la elevación a categoría general del estereotipo de la caza como práctica elitista del llamado «lobby cinegético» y se replica con la referencia a la actividad sin fines de lucro de las más de dos mil sociedades deportivas de caza andaluzas.

De esta recopilación de argumentos, forzosamente sintética, constatamos que solo en ocasiones excepcionales se mencionan en defensa de la caza los valores intangibles, pero empíricamente constatables, de naturaleza social y cultural que contiene y mantiene la actividad cinegética como práctica social de enorme profundidad temporal y amplia significación poblacional y territorial.
De ahí la decisión adoptada en 2017 de promover en Andalucía la montería y la rehala como actividades de contenido etnológico y su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC); así como la ejecución de un proceso investigador que identificara el catálogo de valores culturales de esa modalidad, investigación que se encargó, conjuntamente por la FAC, la AER y la ATC, al Departamento de Antropología Social de la Universidad de Sevilla. Su dirección científica se asignó al autor de este artículo, ponderando su doble condición de doctor en antropología y experimentado montero.


Un montero acude a marcar la res abatida

El informe técnico final que sustenta la solicitud de declaración de BIC contiene los datos empíricos resultantes del análisis de las fuentes bibliográficas, estadísticas y legislativas que demuestran la profundidad temporal, la extensión territorial, la prolija reglamentación y la red asociativa de los monteros y los rehaleros andaluces. Este documento fue sometido a un proceso de confirmación en el que participaron tanto sociedades de cazadores como ayuntamientos y diputaciones de las áreas monteras andaluzas. En el anexo se incluyen más de cien acuerdos que apoyaron la moción. Con ello se cumplió uno de los requisitos que UNESCO considera importante en las declaraciones patrimoniales: que sean resultado de iniciativas sociales que reconozcan un patrimonio inmaterial propio y no emanen exclusivamente de instancias políticas ni del criterio de expertos.
Enfoque etnográfico
Desde un enfoque etnográfico y una metodología cualitativa ese informe pone de relieve los valores culturales de esa actividad, teniendo en cuenta sus expresiones simbólicas y rituales, las formas de sociabilidad y de gestión, y los saberes y técnicas que contiene esta práctica que socialmente goza de una gran aceptación. Reconociendo que en cualquiera de las diversas formas de la montería se activan esos valores y se respetan los cánones tradicionales de roles y conductas, para nosotros resulta evidente que la montería social, responsable, sostenible y sin fines de lucro es la modalidad cinegética que de forma más nítida contiene, mantiene y transmite los valores etnológicos que constituyen una parte integrante del patrimonio cultural inmaterial del pueblo andaluz.
Del catálogo de valores culturales que se integran en el expediente, nos interesa rescatar aquí la sociabilidad, la socialización, el asociacionismo, la transmisión de conocimientos (técnicos y de valores), la apropiación cognitiva del territorio, los rituales y el léxico particular.
La primera característica a resaltar es que la montería es una actividad cinegética colectiva. La sociabilidad es un proceso que se genera a partir de la confluencia en un lugar y en un tiempo determinados de un grupo de individuos para compartir una práctica en un entorno distinto a los ámbitos y modos de la vida social cotidiana.
Entre las distintas modalidades de monterías, las organizadas sin ánimo de lucro por las sociedades deportivas de caza constituyen el marco espacial y temporal de actividad más proclive a una sociabilidad densa, reforzada a menudo por vínculos de parentesco, de amistad o de vecindad, relaciones cargadas de afectividad que son la pauta común y tienen un marcado carácter local e interclasista.
La socialización es el proceso de interiorización subjetiva de normas, conductas, prácticas y valores que cada formación social define como marco regulador de la acción social mediante el cual el sujeto social va aceptando las prácticas y adquiriendo las habilidades, pero también los valores y códigos de conducta (socialización primaria), y cuyo inicio habitual coincide con el periodo de la infancia o adolescencia y, de forma especial, en el ámbito familiar.
En el caso de la montería y la rehala se trataría de una forma de «socialización secundaria» que induce al individuo ya socializado a nuevos ámbitos del mundo objetivo de la sociedad a la que pertenece. Este proceso de socialización secundaria se construye a través de su doble componente, tanto material y técnico (saberes del «oficio» de montero y de rehalero) como ideático (valores, conductas, normas). En el primer caso, se trata de un conocimiento empírico basado en la práctica regular que proporciona la asistencia a las monterías acompañando a su mentor. El espacio para este aprendizaje es el monte y la presencia en la secuencia de fases temporales de cada montería.
Asociacionismo cinegético
La base grupal de la práctica de la montería y la rehala facilitó la eclosión del asociacionismo cinegético a partir de los años setenta del siglo pasado al amparo del nuevo marco legal. Actualmente existen más de 2000 sociedades deportivas de caza de ámbito local en Andalucía (una media de tres sociedades de caza por cada localidad). Este entramado representa el marco adecuado para la práctica de la solidaridad, de la cooperación, del debate y de la corresponsabilidad en la toma de decisiones del colectivo de socios. Una auténtica escuela de democracia directa.
Otro de los valores culturales que se genera con la práctica de la montería y la rehala es la percepción del territorio. El espacio cinegético funciona como marcador de identificación de un «nosotros» que lo usa para su disfrute, lo conserva y lo modifica al mismo tiempo, concebido como un patrimonio común, como legado de generaciones anteriores cuya conservación ecológica es su responsabilidad. Para ellos, el coto no es un «lugar de consumo», sino «un lugar de uso», y por ello se legitima una apropiación colectiva de ese espacio que se considera como propio.
Finalmente, las distintas modalidades de montería mantienen una estructura formal, que se repite de forma pautada en cada una de sus celebraciones, que configura un escenario de fuerte ritualidad. La junta y el desayuno colectivo en el lugar de reunión, el sorteo de los puestos o el proceso del tránsito a la categoría de montero («el rito del noviazgo») son pasajes del recorrido ordenado que culmina con la exposición de las piezas abatidas y el almuerzo grupal en el mismo cazadero.
En todo caso, no es casualidad que el ritual montero se inicie y se cierre en torno a una mesa. La comensalidad en las monterías adquiere en muchas ocasiones la estructura de una celebración más del calendario festivo local, con un grupo heterogéneo de participantes, cazadores y no cazadores, y con presencia de mujeres, ancianos y niños, lo que refuerza el sentido de pertenencia a un colectivo que comparte una identidad, un saber hacer y una pasión.
La producción cultural de todo hecho social se visibiliza, además, por la creación, el uso y la transmisión de un código de comunicación (verbal, gestual o sonoro) que remarca la identidad colectiva. La montería y la rehala han generado un léxico propio cuyo uso es prácticamente exclusivo.
En conclusión, frente a los discursos que promueven la prohibición de la caza como actividad retrógrada, hemos pretendido en este corto ensayo aportar nuevos argumentos sobre los que apoyar la legitimidad de la montería y la rehala como práctica cinegética regulada, controlada y sostenible. Sin obviar los impactos positivos económicos y ecológicos tantas veces incorporados al argumentario de los sectores sociales que reivindican el derecho a su práctica, queremos trasladar la idea de que somos portadores de un patrimonio cultural inmaterial que reproducimos y trasladamos como legado de nuestros ancestros y que, por ello, merece ser reconocido como Bien de Interés Cultural de Andalucía.

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