jueves, 14 de diciembre de 2023

EL COJO DEL BARRANCO DEL LOBO, POR M. J. ‘POLVORILLA’.


Talibán con su cochino: el cojo del Barranco del Lobo.

12 diciembre, 2023
Fue un segundo para saber que era el momento que llevábamos esperando. Uno quizá sea mucho, más bien el pálpito del pecho, la intuición. Sus maneras y las mías. Sin vernos nunca, sabíamos que el destino nos había preparado una cita con la muerte. A los dos. Pero la dama de negro llevaba sólo sitio para un candidato en su grupera. Y Talibán sabía que no era nuestro día y un servidor ya ha desollado más de una zorra del mismo pelo.

Va un lustro –o yo creo que más– batiendo la Solana del Lobo. Soltamos donde siempre, hacemos lo de siempre y siempre resulta bien. No cambies las cosas que salen a tu gusto por el mero hecho de enredar. No pienses lo que ya pensaste en su día si te funciona. Y esto vale para la caza, para el trabajo, para la vida… y para evitar la muerte. O quizá esto último, a base de confianza, es lo que nos lleva al vacío.

Siempre que paso por allí, en aquel sopié cubierto de jaras, veo la gran piedra junto a la charca. Me pregunto cómo llegaría ese chinato inmenso hace ciento cincuenta mil años. Preguntas tontas a cosas simples a las que nadie tiene respuesta. Esa peña ocupa un lugar privilegiado en mitad de una barrera. La he sorteado desde Talibán, pero nunca me he subido a ella. Nos vemos, nos saludamos y hasta la vista.

El año pasado recuerdo que, camino de la retirada, un perro burraco latió dos veces a parado. Talibán enveló. Animé. Otro perro se acercó y fue agredido. Un cochino estaba allí. Metí espuelas, más perros llegaron, el marrano salió de allí a última hora, dejó tres muertos y varios heridos y hasta luego Maricarmen. Pero es que el año anterior también se montó bulla por aquella zona cuando un servidor estaba en la otra punta. Llegamos agotados a galope y allí no había nada más que víctimas.

No era un cochino veloz, pues apenas corría. Estuve mirando en la charca su rastro y veía los zapatos de un marrano macho pero de no más de 5 arrobas. Un serranillo, escurrido de nalgas y con más mala leche que una perra recién parida. Y se me antoja cojo, veo que marca menos la mano derecha. Con la mala folla que tienen los cojos. Va encajando todo. No es el primero que veo de ese pelaje. Pues estas bravías sierras del sur dan frutos agrios y enrevesados que te sacan las tripas a la calle en lo que tarda en santiguarse un cura loco.

Pero a lo que vamos, pues mi vida va por un lado y los recuerdos de otros menesteres me hacen olvidarme de eso, de él. Hemos soltado donde siempre, como siempre y con la gente de siempre. La montería va con su sintonía. Va acorde a los tiempos. Sostenidos en la umbría y salteados en la solana. Tiros y más tiros a esta banda sonora. Llego al puntal donde dirijo perros y estudio lo que mil veces hemos estudiado. Un agarre. Talibán vuela. Arribamos. El quitapenas remata la faena de los perros que a su vez rematan la de un montero que no ha afinado del todo su tino. Así tres veces. El caballo está inquieto y me lleva de un lado a otro sabiendo su cometido. Me dejo guiar. Aquí caza mi castaño. Un servidor disfruta viéndole hacer.

Estamos casi terminados. Oigo a lo lejos un latido leve, podría ser uno de tantos. Era el perro burraco de esta mañana que vi en los tres agarres. No me llama a mí, llama a Talibán. Y mi fiel compañero parece entenderlo. Se mece, protesta con la cara pues quiere salir. No quiere esperar a cuajar la ladra. Huye ligero pero a la parte baja. Me lleva aún más abajo de esa ladra. Parece que el caballo sabe y recuerda lo de otros años. Y un servidor cae en la cuenta. Se lía la fiesta. Han llegado más perros que laten despavoridos, pero no apresan al intruso. Están junto a la peña. Talibán insiste en ir por abajo, no lo entiendo…

La ladra no se mueve, lo tienen bien rodeado pero ahí no da un paso ni un caballero de la legión. Ese cochino es grande, me lo dicen los perros con sus hechos. Ahora sí mi caballo entra barranco arriba para detenerse justo al otro lado de la piedra. El jaco ha llegado con el aire en los hocicos y donde hay una vereda para evitar ser percibido por oído y olfato. ¡Qué gran caballo de caza!

Desmonto, quito la hebilla del acero, aún no desenfundo. Rodeo despacio la piedra para ver qué me encuentro… ahí estaba. Sentado sobre sus cuartos, con la boca semi abierta, diez perros le laten desesperados sin que ninguno se acerque. Está en el recoveco donde para entrar hay que fichar por aquel mozo. Desenfundo. Estoy pegado a la piedra, en silencio absoluto. No quiero delatarme. El burraco me ve, se lanza a la oreja derecha, tenemos literal una décima de segundo para resolver el pleito. Me subo a él dispuesto a matar o morir. Se gira, me busca, otro perro se lanza. Tiene los escudos duros como el cuerno de una cabra. No entra el cuchillo. Saco toda la mala leche de mis setenta kilos de huesos. No hay más preguntas señoría.

Talibán va moviendo el mosquero a la junta. Este truhan no deja de sorprenderme. Lleva la espalda con sangre reseca de otro cochino más que cobramos con esa punta de perros. Me sigue el burraco que no se separa de sus corvas. Se han hecho amigos, por oficio o afición. Delante va el mulo arrastrando al viejo verraco con un postazo antiguo en la pezuña derecha y derrotes por todos lados. Parece que la niebla se levanta, lo siento como un aplauso tras terminar la faena en el ruedo. Al llegar al cargadero desmonté para acariciar al viejo cochino, convencido de que era el encuentro que llevábamos saboreando desde que, sin vernos, nos conocemos. Qué hermosa muerte la de la batalla. Mis respetos a un guerrero que no perdió sino que me dejó ganar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario