Leyendo el otro día un artículo en el periódico ABC sobre la caza de idéntico título que el que encabeza estas líneas, me vino a la cabeza uno que escribí yo hace tiempo con similar argumentario y donde exponía con otras palabras esta misma reflexión.
¿Tiene límites la caza? Naturalmente que los tiene y debemos ser los propios cazadores quienes nos autoregulemos porque en la caza contrariamente a lo que algunos piensen, no todo vale. Y el buen cazador es consciente de ello.
En la caza existe un código ético que todos los cazadores debemos cumplir a rajatabla.
En el momento en que la técnica y las nuevas tecnologías se impongan, habremos acabado con la caza, tal como la entendemos hoy en día.
Traigo a colación este texto que escribió hace más de 80 años Ortega y Gasset, pero sigue igual de vigente que entonces: «Porque en asuntos de caza, el dilema es claro como el agua: o aceptamos la incorporación de la técnica a la caza y se va todo a hacer puñetas o impedimos a cualquier precio que la técnica invada el campo de los deportes naturales. No hay más. Hemos de convencernos de una cosa: la irrupción de la técnica en el campo y su aplicación a la caza nos conducirán inevitablemente a su destrucción».
El autor del artículo, Pablo Ortega, ponía como ejemplo de lo que no debe considerarse como caza y que algunas revistas del gremio cinegético habían considerado casi como una proeza, el abate de un venado a 600 metros.
Apoyado sobre un trípode, con una lente de no sé cuantos aumentos, las hay también que permiten ver con una claridad asombrosa durante la noche, díganme ustedes ¿cuál es el mérito del cazador?
¿Haber acertado a una distancia de 600 metros? Tampoco se puede atribuir a una buena puntería del cazador porque para ello tendría que haber disparado a pulso y sin mira. Entonces sí que hubiera sido para aplaudirle y sacarlo a hombros.
Si a este cazador le despojamos de la mira, de un calibre menor no tan potente para un rececho, el resultado hubiera sido otro muy distinto. Hubiera errado el tiro, que es lo normal a esas distancias, salvo que sea uno John Wayne.
Los rifles de hoy en día, la balística y las miras telescópicas son de una gran precisión y permiten hacer blanco a esa distancia incluso más, pero no se trata de hacer diana, para eso están las galerías de tiro. Estamos hablando de caza. De animales vivos. No de siluetas de cartón. No hay que confundir caza y tiro.
Si ese animal estaba echado a 600 metros y el cazador no se había podido aproximar a menos distancia, señal de que el animal le había ganado la batalla. Y en ese momento lo que toca es reconocerlo y dar la jornada por concluida. Y es que en la caza unas veces gana el cazador y otras el animal. Ese es el juego y eso es lo que la hace realmente atractiva y fascinante.
¿Qué merito tiene estar en un aguardo de jabalí, si previamente hemos puesto una cámara trampa para saber la hora a la que se aproximará el gorrino al comedero? Hoy la tecnología nos permite saber absolutamente todo, tenemos toda la información a nuestro alcance a golpe de click, pero nada comparable al factor sorpresa y que cazador y pieza jueguen con la misma baraja y en igualdad de condiciones.
En la caza menor ocurre algo parecido. No es necesario decir que no se debe tirar a liebres encamadas, perdices apeonando o torcaces parados en una rama.
He escuchado alardear a cazadores después de haber descerrajado tres tiros a un bando de torcaces, sin apuntar, al bulto y celebrarlo.
No se trata de cuántas piezas se abaten sino de cómo.
Hace tiempo que advertí que el uso de móviles debería estar prohibido durante la práctica cinegética, yo lo llevo conmigo exclusivamente para estar localizado, pero nunca para comunicarle a un compañero la posición de un bando de perdices. Hay que salir a cazar como salíamos antes. Con la escopeta, el perro y la canana de cartuchos. Y si el bando nos quiebra, señal de que han sido más listas que nosotros.
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