El jabalí está muy cerca. El cazador se ha acomodado en una posición cómoda para disparar con garantías, aunque a esa distancia, apenas unos metros, no sea necesario. ¿O tal vez sí?
Nada delata al cazador. Ni un solo movimiento ni siquiera el más leve sonido. Lo sabemos porque el jabalí avanza directamente hacia donde está apostado, de rodillas y con su arma encarada apuntando al cochino. De repente, el animal barrunta algo y se detiene. Una figura extraña justo delante, pero no la identifica como un peligro inminente, porque en lugar de huir, queda totalmente inmóvil.
Sin saberlo, se ha posicionado como el blanco perfecto para cualquiera, pero hasta en las situaciones más propicias, cualquier movimiento puede alterar los elementos de puntería y llevarnos a errar el disparo más sencillo.
¿Por qué fallamos los disparos más sencillos?
Unas veces es la respiración, alterada por los nervios, por el esfuerzo de llegar al mejor lugar para efectuar el disparo… Otras, la postura, forzada, que no contribuye a que el arma permanezca estable. Un gatillo ‘duro’ que altere la posición del cañón al tirar de él. No encarar correctamente, levantando la mejilla para asomarnos por encima, es uno de los motivos más comunes del fallo con armas como la escopeta. Es lo que parece que sucede en estas imágenes.
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